Primeras páginas de "Extraño suceso en río lobos"








“EXTRAÑO  SUCESO EN RÍO LOBOS“
De Juan Carlos Álvarez




NOTA DEL AUTOR

Los personajes y situaciones que aparecen en esta novela son producto de mi mente; luego, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.



1





− Mimi…
           
− Jack…

− Ya estoy en el hotel.

− ¿Qué tal el viaje... Y qué tal el hotel?

− El viaje, bien… Y el hotel, también, bien… Pero hace mucho calor aquí.

− Aquí sí que hace un calor insoportable… E insoportable es tener que trabajar en la calle, a plena luz del día, con todo el maldito ruido de esta ciudad y tanta gente…

− Después de una pausa, Mimi prosigue −. ¿Qué haces ahora? ¿Has deshecho el equipaje?

Jack contesta mirando las maletas:

− Estoy tumbado… Y no he deshecho el equipaje.

− ¿Supongo que no se te ocurrirá salir a ligarte una mujer mala teniendo aquí  una mujer buena? Ni se te ocurra serme infiel − dijo mitad en broma mitad en serio.

− No sé lo que haré: si dormir…O salir a dar una vuelta − dijo, mirando al techo.

Haría las dos cosas: dormiría y saldría a dar una vuelta. Una vez colgó el teléfono, sus ojos se fueron cerrando parsimoniosamente y se quedó dormido durante unos minutos.

Al despertar, recordó que las maletas seguían igual que cuando vino del aeropuerto y comenzó muy despacio a colgar la ropa en el armario. ¨ Qué sueño tengo. Tendré que acostarme”, pensó. Cuando terminó de deshacer las maletas, se duchó y cambió radicalmente de parecer. Se vistió con ropas deportivas, pero elegantes, y salió de la habitación.

 Al llegar a la recepción, se dirigió al recepcionista:

− Buenas tardes.

− Buenas tardes. ¿Desea algo?

− Me voy a dar un paseo…

− ¿Quiere que le dé información de algo?

− Sí… No: no, gracias.

Salió del hotel, en la calle de Alcalá; y, a menos de cien pasos, caminaba tranquilamente por la calle de Velázquez. Era plena canícula, y un termómetro, que había en el exterior de una farmacia, marcaba treinta y ocho grados Celsius… ¡Y eran las nueve de la tarde!

Jack paseaba su modorra meditando sobre lo que haría el día siguiente: ir al Prado y al Thyssen o a la zona de los Austrias. En este ensimismamiento, llegó a la confluencia con la calle de Goya y se metió en una cafetería: sólo porque el olor a buen café invadía la acera y no pudo resistir la tentación de tomarse un buen café. La cafeína le despejaría y continuaría su paseo, media hora más tarde, como un hombre nuevo.

Deambuló por la calle de Velázquez y llegó a un bar de amplios ventanales, que le llamó la atención: había algunas mesas en la acera y muchas más en el interior, repletas de ¨beautiful people¨ de entre veinte y cuarenta años.

El bar se llamaba Lateral y, al advertir Jack, que había muchas chicas de buen ver, se decidió a entrar. Se colocó en el único trozo de barra que estaba libre y pidió un vino de Rioja.

Se dedicó a estudiar a la gente, mientras una camarera filipina lo estudiaba libidinosamente a él. Jack se percató y sonrió, y ella sonrió aún más, pero no se cortó: siguió echándole miraditas todo el tiempo que estuvo en el bar.

Allí permaneció comiendo pinchos y bebiendo vino y mirando y sonriendo a chicas bonitas hasta cerca de la una de la madrugada. Y volvió hacia el  hotel en sentido contrario. Cuando pasaba por el hotel Wellington vio un rótulo que ponía ¨Gabana¨ y dos fornidos y grandullones porteros: uno, de aspecto cubano o dominicano, y el otro, de aspecto eslavo. Jack se dirigió al moreno:

− ¿Es esta la famosa discoteca  Gabana?

−  En efecto − dijo el afroamericano, con acento cubano o dominicano −. ¿De dónde eres?

− Soy de Estados Unidos… de Nueva York − contestó Jack.

− ¿Quieres entrar?

− Bueno… Gracias.

− Hasta las dos no se empieza a animar, pero puedes ir tomándote una copita, etc…

Jack sonrió y entró. Era cierto lo que le había dicho el portero. Había muy poca gente: alguna pareja, en alguna mesa desperdigada. Las típicas luces de neón daban a los rostros de las  camareras diversos tonos iridiscentes, y los sillones y moquetas parecían cambiar de color permanentemente.

Jack fue a la barra de la entrada, donde una camarera presumiblemente eslava (que resultó ser de Filadelfia) le dijo, en español:

− ¿Qué deseas guapo? − mientras tarareaba la canción house que sonaba en ese instante.

− Un Black Label con hielo.

− ¡Yuhuu! Empiezas bien la noche.

Charlaron durante un rato; y, después, Jack se sentó en una mesa cercana a la zona VIP, que en ese momento estaba vacía.

Reflexionando sobre lo que haría el día siguiente, pasó el tiempo y no se percató que la sala ya estaba muy concurrida. Pidió otro Black Label a un camarero que pasaba a su lado y miró hacia su derecha inconscientemente y observó que tres mujeres de unos veinticinco años (una morena, una castaña y una rubia) le estaban mirando.

A los pocos segundos, vino el camarero con la bebida. Agitó los hielos y dando un sorbo, se giró y vio que las tres chicas estaban riendo, mirando hacia él, y, probablemente, hablando de él.

Esta situación se prolongó durante un tiempo: el tiempo suficiente para que Jack estudiara a las chicas. La morena mediría uno sesenta y cinco y era bonita; la castaña mediría uno setenta y era muy bonita; y la rubia mediría uno setenta, también, y era superbonita.´

Jack dudó si lanzarse o no. ¨ Deben de ser más estrechas…¿No sé si merece la pena perder el tiempo?¨, pensó. Quizá el vino y el whisky ingeridos le hicieron cambiar de opinión. Según se aproximaba, ellas − con esa habilidad que tiene las mujeres para este tema − se fueron volviendo y sonriendo hacia él, de una en una, con una cadencia casi melódica; para terminar en una carcajada (las tres) justo cuando se acercó Jack.

− Hola… − dijo, musicalmente, Jack, sonriendo.

− Hola… − remedaron las tres al unísono y rieron cómplicemente.

Jack dudó si hablar en plan tontito, si vacilar o si empezar de lo más normal y, luego, cambiar según el tono de la conversación. Se decidió por lo último.

− Me llamo Jack…

− Yo me llamo Marta  − dijo la de cabello castaño.

− Yo me llamo Almudena − declaró la de cabello negro.

− ¿Y tú como te llamas? − preguntó Jack a la de cabello rubio, pensando que respondería en plan borde.

− Me llamo María − contestó después de unos segundos y mirándolo fijamente a los ojos.

Se hizo el silencio: Jack quiso seguir hablando, pero se quedó perplejo contemplando a María. Estaba abobado: no recordaba haber visto unos ojos azules tan bonitos y una expresión tan agradablemente femenina.

− Marta y María… ¿Sois hermanas de Lázaro? − dijo jocosamente y volviendo de su letargo.

− Son hermanas… Pero, no de Lázaro − respondió Almudena.

− ¡Anda! ¡Sois hermanas!

− A mucha honra − dijeron y se abrazaron Marta y María.

−  ¿De dónde eres, Jack? − preguntó Almudena, que parecía la que más desparpajo tenía −. Por el acento debes de ser inglés.

− Soy de Nueva York.

− ¡Anda… Un yanqui! − exclamó −. ¿Qué haces por estos lares?

− Mi padre es de Madrid, pero marchó cuando tenía cuatro años a Nueva York  − fue lo primero que se le ocurrió.

− Nuestro padre, también, es de Madrid − bromeó Marta.

− Y el mío − añadió, con sorna, Almudena.

Todos rieron.

− Bueno…¿Vamos a pedir una copa? − dijo Marta por decir algo.

− ¿Queréis champán? − invitó Jack.

− ¡Vaya! − exclamó Marta.

− Vaya…Vaya − repitió Almudena.

− ¿Tú no dices nada? − interpeló Jack a María.

− Vaya…Vaya…Vaya − articuló María, y comenzaron a reír, estentóreamente, las tres chicas.

Jack hizo una seña a un camarero y le pidió una botella de Moet et Chandon . Se sentaron los cuatro en torno a una mesa, esperando el champán. Nadie hablaba: sólo había risitas de Marta y Almudena; y miraditas, entre María y Jack : era evidente que se gustaban.

Cuando el camarero descorchó la botella de champán, gritaron de alegría las tres mujeres, mientras se derramaba parte de líquido. Contemplaron boquiabiertas cómo el camarero llenaba las copas (las personas que había alrededor también miraban el jolgorio). Brindaron y bebieron. Todos más o menos dijeron esto: 

− ¡Aaagg! …! Qué bueno está!

Después de tomar la copa, Marta y Almudena se largaron al servicio. Debió de ser algo normal, no obstante Jack pensó que lo tenían preparado para dejarle a solas con María. Dudó entre lanzarse a degüello a intentar ligársela o hacerlo suavemente. Decidió de esta manera; pero sin saber por qué − quizá porque su inconsciente le obligaba a flirtear con ella, y que el tiempo apremiaba, pues, Marta y Almudena podrían llegar en poco tiempo − atacó por la tremenda.

− Creo que eres la chica más bonita que he conocido en mi vida. − Ella se quedó sorprendida −. Tus ojos azules, tu cabello rubio, tus labios sensuales, tus facciones, tu cuerpo, tus andares, tu femineidad, tu sex-appeal…No he conocido nada igual : eres realmente bella. − Ella seguía sin decir nada. Se contemplaban absortos, y en esta actitud les sorprendieron Marta y Almudena.

− ¿Qué pasa aquí? − preguntó Almudena al ver el comportamiento entre María y Jack.

Permanecieron callados los cuatro. María y Jack se miraban, entre sí, embelesados, y Marta y Almudena miraban a aquéllos. De repente, Almudena se fue a bailar, y Marta la siguió.

− ¿Tú no bailas? − dijo Jack.

− Sí − comentó María sin saber por qué y se fue a bailar.

Jack observaba lo bien que bailaban las tres chicas. Intentaba disimular mirando el mismo tiempo a cada una de ellas. María bailaba de espaldas a Jack para aliviar la tensión. Marta y Almudena sonreían mientras bailaban y alternaban sus miradas a María y a Jack.

Al cabo de unos minutos, y aprovechando que la pista se fue llenando, María se situó enfrente de Jack; y, poco más tarde, hizo una seña a Almudena para que invitara a bailar a Jack. Éste no advirtió la seña porque estaba apurando el resto del champán. Almudena tomó del brazo a Jack y se lo llevó a la pista. Allí estuvieron bailando durante un buen rato. María estaba colocada enfrente de Jack, pero como había dos chicos muy cerca de ella, que le daban la tabarra, prefirió ponerse al lado de Jack. Entonces, dieron la tabarra a Almudena y Marta. Minutos más tarde, se sentaron María y Jack.

− María, ¿quieres más champán?

− No, por favor. Iría, a casa, borracha.

− ¿Tienes que conducir?

− No. Voy, a casa, andando.

− O  sea: … Que vives cerca.

− Así es. − Se hizo una pausa −. Oye, Jack, ¿qué hace un chico de Nueva York en Madrid? − preguntó jocosa.

− Además de estar de turismo, he venido a tomar notas para mi próxima novela.

− ¡Ah! Eres escritor.

− Sí.

− ¿Eres famoso?

− No, mucho, porque no sabes de mi existencia − sonrió gracioso.

− Perdona. ¿Cuál es tu nombre completo?

− En realidad me llamo Jack Álvarez, pero mi nombre como escritor es Jack Nicholason: se le ocurrió a mi agente… Como me llamo Jack , y mi padre se llama Nicholas…

− Te llamas casi igual que el actor de Hollywood.

− Creo que por eso me puso mi agente ese nombre.

− Ahora recuerdo…Tú has escrito ¨El tren al infierno¨ y…¨La mansión del viejo roble¨…

−…Entre otros libros.

− Y tu foto aparece en esas novelas… Y sales tan guapo en las fotos como eres al natural.

Jack se ruborizó: no se imaginaba que ella pudiera piropearle tan pronto. Ella se rió al advertirlo y, luego, la imitó él.

− ¿Ya conocías Madrid? − demandó ella, pizpereta.

-Vine con mis padres y mi hermana cuando yo tenía quince años...-María pareció preguntar algo por la forma de mirar, pero Jack prosiguió -. Hicimos un viaje por Europa… sobre todo, España e Italia. –Hace una pausa-. Mi madre es de Roma y marchó a Nueva York cuando tenía cuatro años: igual que mi padre.

-Vaya, eres un tipo cosmopolita.

-Debo serlo: si quiero seguir escribiendo, debo viajar.

-…Y en cada ciudad que visitas, dejas un corazón roto, ¿no es así?

Jack sonrió al darse cuenta de la pregunta intencionada de  María.

-No siempre es así: en algunas ciudades dejo dos o tres corazones rotos- comentó guasón.

María rio la ocurrencia de Jack.

Almudena y  Marta seguían tonteando con los chicos, quizá para dar tiempo a que María y Jack  continuaran su charla. Éstos, ahora, no conversaban: se dedicaban a mirarse felices abobados, y a mirar de vez en cuando hacia la pista de baile.

-Oye, María, ¿cómo era tu vida de “teenager”... de quinceañera?- espetó de repente.

-Pues, no sé... ¿Qué quieres decir?

-Las chicas  guay de Madrid... Las pijas... ¿Se dice así?....

-Si.

-¿Las pijas no sois muy estrechas y estáis muy controladas por vuestros padres?

-Mi madre es  argentina... Y es todo lo contrario –luego, añadió-… Y es una señora... Y está muy enamorada de mi padre.

-¿He dicho alguna inconveniencia?-preguntó Jack.

-No -respondió riendo-. Pero, sí es verdad: son muy estrechas. -Calló unos segundos y continuó-. De todas formas, yo he viajado bastante. He estudiado en Londres y París.

-¿Qué has estudiado... Si no es indiscreción?

-He estudiado derecho aquí, en Madrid, y, en  París, y luego he hecho un master en Londres. Trabajo en Goldman Sachs, en Londres, y ahora estoy de vacaciones-explicaba todo esto, además de porque le apetecía contarlo, porque tenía pensado hacerle una batería de preguntas a Jack.

-Y vas rompiendo corazones en todas  estas ciudades....

-Acabo de romper mi relación con Patrick ... Un chico francés que trabajaba conmigo en Goldman Sachs y se acaba de ir a trabajar a BNP Paribas, en París.

-Vaya... Lo siento. -No lo sentía lo más mínimo.

-Bueno… Pero no te preocupes por mí. Háblame de ti, Jack.

-¿Qué quiere saber de mi?

-Quiero saber todo de ti.

-Como qué....

-No sé... Todo.

Pensando que a María le interesarían  bastantes cosas de su vida y de Nueva York, dio un extenso rodeo a su biografía.

-Como te comentaba antes, mi padre nació aquí, en Madrid… En Chamberí. Mis abuelos se fueron a Nueva York. Eran los años de la posguerra española. Mi abuelo trabajó de contable y pudo dar estudios a sus hijos. Mi padre era muy inteligente y pudo estudiar derecho en Yale. Y luego se colocó en un bufete de abogados de Manhattan, donde llegó a ser socio y ganó mucho dinero. Ahora, está jubilado y vive… Mis padres viven en Miami Beach.

-Eso te iba a preguntar: ¿y tu madre?

-Mi abuelo materno montó una pizzería en Little Italy, en Manhattan, y mi madre estudió piano. Llegó a ser concertista profesional.

-¿No me digas ?... Yo, también, toco el piano. Tengo un piano que me regaló mi abuela Paloma (la madre de mi padre), que utilizaba ella cuando era niña.

-¿Qué tal se te da?

-Bien. Interpreto bastante bien a Chopin, Beethoven, Mozart...-Jack iba hablar, sin embargo  continuó María-. Oye, Jack, ¿y tú como hablas tan bien español, que apenas se te nota?

-Estudié filología española en Princeton.

-¿Has dejado a  tu novia o esposa en el hotel... o la has dejado en Nueva York?-soltó de pronto.

Jack llevaba esperando esa pregunta bastante tiempo: sabía que antes o después la fórmularía.

" Aunque tuviera esposa o novia la dejaría por la mejor: por ti ", fue lo que pensó; pero como sería muy inoportuno prefirió mentir:

-A mí no me queréis las mujeres.-Luego, prosiguió su disertación-. Los hombres más inteligentes y atractivos son los más queridos por las mujeres y los más odiados por los hombres. A mí los hombres me odian poco, luego soy un encanto de criatura.

-Eres un encanto por lo contrario: porque eres un hombre muy inteligente y muy atractivo.

-¡No me digas! -exclamó ruborizado de veras: le encantaba que le piropeara una mujer como ella.

-Eres el tipo de hombre que me gusta. Inteligente, sensible...

-¿Cómo lo sabes?

-Por tus novelas.

-Moreno de ojos verdes... -le mira los ojos, acercándose hasta menos de un palmo- ... de ojos miel,  ¿no?

-No lo sé-manifestó riendo.

-De bellas facciones... Atlético... De uno ochenta y cinco, más o menos -Jack no dice nada: sólo ríe-... Y tú sabes que gustas a las mujeres....

-No tanto como tú a  los hombres -dijo para corresponder al cumplido. Se hizo el silencio durante unos segundos-. ¿Quieres más champán?-preguntó buscando relajación.

-No. Pero si tú te pides un whisky, te ayudo.

-Okay.

Jack llamó a un camarero y pidió un Black Label. Alternarían los sorbos en perfecta armonía. Así estuvieron varios minutos mientras observaban a Marta y Almudena  y la lista de “abejorros”  que tenían a su alrededor.

De repente, María dijo:

-Jack, tú como eres escritor serás políticamente de izquierdas. Habrás votado a Obama, no a MacCain.

-Te diré una cosa: la diferencia entre fachas y  rojos, como decís aquí, estriba en... Te pondré un ejemplo: imagina dos personas que se alojan en  las suites del Ritz  o del Palace, y  están tomándose, tranquilamente, en la terraza, caviar iraní Beluga y bebiendo champán Dom Perignon, y uno de ellos lee en  el periódico que ha naufragado un cayuco con veinte o treinta subsaharianos, y dice: ¡Qué putada! ¡Pobres negros!; y dice el otro: ¡Que se jodan! ¡Que se queden en su país!  El primero es un rojo, y el segundo es un facha, no obstante los dos siguen comiendo caviar y bebiendo champán. En síntesis: ésa la única diferencia entre un facha y un rojo.

-Vale…Pero de  todas formas, ¿tú eres rojo?

-Soy escritor....

-Entiendo.

-¿Y tú?

-Soy como tú: me  afectan los problemas de los demás, aunque me gusta vivir bien.

En este instante, llegaron, hasta ellos, Almudena y Marta, que habían podido desembarazarse de los “moscones”, y les cortaron el discurso político.

-María, son ya casi las cuatro. ¿Nos vamos?-inquirió Marta.

-¡Ya son las cuatro!-Se incorporó-. Si, vámonos.

-¿Ya os vais, tan pronto?... ¿Qué va a ser de mi vida?-bromeó Jack-. ¿Volveréis mañana?-preguntó dirigiéndose a María.

-Supongo que sí: estoy de vacaciones-contestó María.

Salieron a la calle los cuatro. María se dirigió al portero afroamericano.

-Hola Richard.

-Hola preciosa- la piropeó con su acento cubano o  dominicano-. ¿Ya os vais…?

-Sí –contestó Marta.

-Os acompaño-dijo Jack.

-No hace falta- expresó María-. Vivimos ahí, en ese edificio de enfrente...  Y Almudena duerme esta noche con nosotras.

En efecto, las tres mujeres cruzaron a la acera de enfrente en un  momento que no venían coches, mientras Jack contemplaba atónito la escena, hasta que se metieron en el portal, justo enfrente de la discoteca: encontraba muy eróticos los andares de las tres jóvenes, sobre todo, de María.

-Bonitas, ¿eh?-declaró Richard.

-¿Cómo?

-Son bellas...

-Muy guapas.

-... Y simpáticas.

-Sí.

Jack se apartó unos metros y se quedó pensando en  María: " Qué hermosura de criatura... Creo que no he visto nada igual... Es encantadora... Qué andares tan gráciles tiene... Me ha impresionado… Creo que me tiene arrobado…”.

En estas disquisiciones se hallaba, cuando llegó un taxi que se detuvo junto a él. Una escultural mujer afroamericana se apeó del taxi. Los porteros, también, se quedaron mirando.

"¡Joder... Naomí Campbell ", se dijo para sus adentros.

La fotocopia de Naomí Campbell  le sonrió y se metió en  la discoteca.

-¿Te vas a  tomar otra copita?-preguntó, burlón, Richard.

-Creo que sí-respondió Jack, mientras empezaba a bajar las escaleras de la discoteca.

Cuando llegó Jack a la primera barra, ya iba a pedir una copa la supuesta Naomí Campbell.

-Naomi, ¿aceptas que te invite a  una copa... O mejor: a una botella de champán?

-Acepto, pero, ¿cómo me has llamado?-preguntó en español con acento brasileño.

-¿No eres Naomí Campbell?

-Qué más quisiera yo- dijo riendo estruendosamente.

-Ah, ¿no?

-No. Me llamo Adriana-le extendió la mano.

-Y yo: Jack-le estrechó la mano-. Mucho gusto.

-Encantada.

Adriana era todo sensualidad: hacía un par de minutos que Jack se sentía Romeo Montesco y, ahora, sólo pensaba en ella.

"¡Qué barbaridad... Qué buena está esta tía... Está maciza....Qué curvas…Qué culo... En definitiva: qué polvo tiene! ", pensó Jack.

Adriana parecía adivinar los pensamientos de Jack y le sonreía  lujuriosamente.

Se tomarían una botella de Moet et Chandon  en la barra. Jack le echaría más champán a ella para ponerla a tono y para no emborracharse él: ya había bebido  bastante y quería estar lúcido para la posible batalla campal que se podría desencadenar.

Una lluvia de curiosos comenzaron a pulular  alrededor de Adriana. Jack fue al servicio y cuando volvió, al cabo de un rato, los “moscones” la tenían, prácticamente, circundada. A   duras penas pudo llegar hasta ella: le costó mucho trabajo poder coger su copa de champán.

-Anda. Vamos a otro sitio más despejado.

Ella pensó que quería bailar y salió a la pista. Empezó a bailar sensualmente, con lo que las miradas de los “abejorros” convergieron hacia ella. Jack, viendo la que se venía encima, logró que ella accediera a ir a un rincón más apartado.

-¿De dónde eres, Adriana?

-Soy brasileña, pero vivo en Estados Unidos.

-Vaya. Yo soy de Nueva York -comenzó a hablar en inglés y Adriana lo imitaría: aunque su inglés sería tan malo como su español-. ¿Dónde vives?

-En Miami Beach.

-¿En Miami Beach? Ahí viven mis padres... ¿En qué parte de Miami Beach vives?

-En South Beach.

-Pero sí ahí viven mis padres. ¿En qué calle vives?

-No me acuerdo, es que llevo viviendo quince o veinte días... Es que mi marido se ha cambiado por negocios...Antes vivíamos en Las Vegas. Yo era bailarina. Ahora, soy mantenida. -Antes de que Jack siguiera indagando, pregunto ella-: ¿Y tú dónde vives?

-Vivo en Manhattan... Concretamente en el Upper West Side. ¿Lo conoces?

-¿Eso es lo que está a la izquierda de Central Park...?

-Sí.

-Lo conozco, pero poco. Lo que más conozco es de Central Park para abajo: el Midtown y el Downtown.

En ese momento sonó un reggaeton y Adriana cogió de la mano a Jack, se lo llevó a la pista y comenzaron a bailar juntos de manera excesivamente voluptuosa. Los “abejorros” despertaron de su letargo y se pusieron a contemplarlos cada vez más cerca.

- ¿Te gusta bailar  así?-preguntó Adriana mientras con una mano aprisionaba la nuca y con la otra ceñía la cintura de Jack, a escasos diez centímetros de distancia entre boca y boca.

-Me recuerda a cuando bailaba acaramelado con chicas, en la época de los guateques... Tendría de quince a veinte años... Me encantaba sentir su respiración en mi cuello... Y me ponía nerviosamente romántico...

-¿Quieres que te ponga nerviosamente romántico?

Jack, viendo que se podría producir un altercado de grandes dimensiones con los “moscones”, dijo:

-Mejor será que nos vayamos. ¿Te parece bien?

Adriana fue una chica obediente y, poco después, salieron de la discoteca.

-Adiós… Que paséis buena noche-dijo, morbosamente, Richard.

Jack y  Adriana se limitaron a sonreír y despedirse de él con la mano. Empezaron a andar en dirección hacia el hotel de Jack.

-¿Quieres que cojamos un taxi, Adriana?

-No hace falta: mi hotel está aquí muy cerca.

Caminaron divertidos hasta que llegaron al hotel: el NH Alcalá, situado en la calle de Alcalá, 66.

-Aquí es-dijo Adriana.

-¿No me digas?

-¿Qué ocurre?

-Que yo, también, estoy alojado en este hotel.

-¡Vaya! Qué coincidencia... Habrá que celebrarlo.

-Por supuesto.

Subieron a la habitación 111, que era la de Adriana. Nada más entrar, Adriana se lanzó hacia Jack y le pegó un morreo de campeonato.

Fue el inicio de lo que se desencadenaría posteriormente: la “diosa Concupiscencia” reinaría  en todo su esplendor en el amanecer del nuevo día. Como si se tratara de un vendaval, un ciclón, un huracán, un tormentón con truenos y relámpagos y rayos a punto de descargar... Besaron, chuparon y  succionaron  cada centímetro cuadrado del cuerpo del otro…Con un frenesí desmedido: casi a ritmo de rock&roll de Chuck Berry o Van Morrison. Fornicaron en todos los sitios posibles  de la estancia: en el cuarto de  baño, en la cama, en el suelo, contra la paredes... Parecían clases prácticas del Kamasutra.

Ya extenuados de  tanto ajetreo sexual, Jack se quedó dormido, boca arriba, completamente desnudo. De repente, algo, que creyó en principio que era la mano de Adriana; y, más tarde, una especie de látigo  le recorrió la parte interior de los muslos; y, luego, los genitales; y, parsimoniosamente, el vientre; y  llegó hasta el pecho. Jack sonreía, pero por curiosidad abrió los ojos para ver qué era aquello que se movía sinuosamente sobre su cuerpo.

-¡Quítame esto!-gritó acojonado al ver una serpiente a no más de una cuarta de su cabeza.

-Es Salisa -dijo Adriana sonriendo, mientras cogía la serpiente, hábilmente, con una mano en el cuello y otra por el vientre, y la retiraba del cuerpo de Jack y le daba un beso al reptil -. Y no es venenosa, pero sí es muy cariñosa.

Jack se incorporó de un salto y se apartó de Adriana y del ofidio.

-¡La madre que te parió!

-¿Qué…? ¿No te gustan estos bichitos? Son muy sensuales...

- Prefiero la sensualidad tradicional- dijo mientras se vestía.

-¿Ya te vas?

-Voy a dormir. Mañana me espera un día muy movidito. Mañana te llamo.

-¿No me das un beso?

Fue a darle un beso, sin embargo como tenía la serpiente en las manos, prefirió tirarle uno desde la puerta.

-Adiós Salisa-dijo, tratando de ser gracioso, entre tanto Adriana se desternillaba de la risa.

2





Jack se despertó como se acostó: exhausto y resacoso. Abrió un ojo durante unos segundos y luego abrió el otro, después cerró los dos y recordó la juerga que se acababa  de correr: le venían imágenes de la orgía. Luego, pensó: " Debe de ser mi natural: la primera noche que paso en una ciudad, bebo y  golfeo".
Súbitamente, abrió los ojos y miró la hora en su teléfono móvil.

-¡Joder! Ya es la una de la tarde... Pues, estoy matado-dijo en voz alta, como si hubiera alguien más en la habitación.

"¿Qué hará esta tía?... Voy a llamarla ", pensó.

Descolgó el teléfono

-Recepción, dígame.

-Por favor, ¿me pasa con la habitación 111?

-Le paso.

A los pocos segundos descolgaron el teléfono de la habitación 111. Jack, sin esperar a que Adriana contestara, dijo:

-Adriana...

-Me llamo Paco.

-¿Cómo?

-Que me llamo Paco -declaró con voz homosexual.

-¿Pero no está, ahí, Adriana...?

-Estoy yo solo. Si quieres venir tú a hacerme compañía-se le insinuó Paco.

Jack colgó el teléfono y volvió a llamar a la recepción.

-Recepción, dígame.

-Por favor, pregunto por Adriana: la mujer que estaba en la habitación 111.

-Esta señora ha  abandonado hoy la habitación.

-Vaya... ¿No sabe si volverá?

-No sabemos nada, señor.

-Vale, gracias.

Quedó pensativo: " ¡Vaya un putón verbenero!  Probablemente ayer no estaba su marido  y hoy ha llegado y ha olido el fiestón que se corrió anoche y se la ha llevado... En fin, que se le va a hacer: por lo menos lo he pasado bien...".

Jack decidió levantarse y prepararse para desarrollar el planning que tenía para el día: ir al  Museo del Prado y, si le  daba tiempo, ir al  Museo Thyssen y a la zona de los Austrias. Pero sonó su móvil: era su agente literario.

-Dime Salomón-dijo sonriendo.

-Hola, Jack, ¿qué tal estás?... ¿Estás escribiendo mucho?

-De momento, me dedico a vivir la vida: a "il  dolce fare niente".

 Salomón no hizo caso de la hilaridad de JacK.

-Oye, Jack, mañana estaremos en Madrid.

-¿Cómo...?.

-Si, que vamos Esther y yo a Europa. Mañana llegamos a España.

-¿Y eso?... Así, de repente.

-Nos ha dado envidia.-Jack no contesta-. Oye, ¿estás ahí? ¿Has ido a Toledo?

-Aún no.

-No vayas: iremos contigo. Te voy a dar caña- ríe- ... Estás ahí de vacaciones... ¿Qué te pasa?... Has estado de forrajera, ¿eh?... ¡Qué capullo!

-¿Cuándo llegas?-preguntó por decir algo.

-Mañana a las dos de la tarde, hora española. Ya te llamaré. Y pasado mañana vamos a Toledo...

-Vale, muy bien, Salomón... Pues, hasta mañana.

-Que poco hablador estás. Hasta mañana, Jack.

Se siguió sintiendo extenuado y resacoso hasta que comió. Almorzó en el hotel : huevos fritos, bacon, hamburguesa y ensalada. Y luego tomó café.

Más tarde, iría paseando tranquilamente por el parque de El Retiro hasta llegar al Museo del Prado. Durante la travesía pasó junto un estanque donde parejas de enamorados alquilan barcas de remos y navegan de un lado a otro. Esto le hizo pensar a Jack en María. Sentía que por la aventura con Adriana había traicionado a María: luego, ¿entonces Mimi había pasado a segundo término?  Esto le mantuvo abstraído mientras observaba cómo una ardilla cogía una avellana del suelo y se subía a lo alto de un pino.

Estaba alucinado de él mismo: si la aventura de Adriana, le hacía pensar que había sido infiel a María en vez de a Mimi, eso quería decir que estaba más enamorado de ella... ¿Pero cómo era eso posible si acababa de conocerla?... Sería un flechazo sin más... ¿O acaso había más?

Llegó al Museo del Prado. Y la contemplación de los cuadros le hizo olvidar a María. Allí estuvo dos o tres horas viendo la pinacoteca, y ya no le quedó más tiempo para poder ver el Museo Thyssen, lo cual le cabreó.

Sin embargo, fue sentirse paseando por el Paseo del Prado y por la plaza de Neptuno y la plaza de Cibeles y pensar, de nuevo, en María.

Más tarde, marcharía a la zona de Sol, la plaza Mayor, la Cava Baja, plaza de Santa Ana...: toda esa zona de los Austrias, la zona de los ¨guiris”. Estaba tan cansado, que decidió cenar algo y acostarse, en espera de su agente y su esposa. Además, consideraba que no tenía cuerpo de ir a Gabana a ver a María: prefirió dejar la discoteca para otra noche.

3





Durmió hasta el mediodía. Se sentía recuperado. Hizo todo tipo de aspavientos y muecas al desperezarse. Y lentamente, se pegó un duchazo. Luego se acicaló y se vistió con ropas deportivas. Enchufó su ordenador portátil y miró los correos. Después, miró la previsión del tiempo: se esperaba otro día de mucho calor en Madrid.

-¡Joder!-masculló al ver la predicción meteorológica-. ¡Esto parece Manhattan!

Luego, apagó su ordenador y dejó la habitación.

Fue derecho a recepción.

-Buenos días.

-Buenos días, señor - respondió el recepcionista, sin levantar la vista: estaba haciendo algo en el ordenador. A los pocos segundos, prosiguió-: ¿Qué desea?

-Quiero alquilar un coche.

-¿Qué coche desea?

-Un tipo compacto. Por favor, ¿con qué compañías trabajan?

-Prácticamente, con todas.-Se hizo una pausa, mientras el recepcionista miraba la pantalla del ordenador-. Mire, aquí tenemos una oferta de Avis, por un compacto... Mire, una semana, 240 €.

-¿Y uno o dos días?

El recepcionista sigue mirando la pantalla del ordenador y, luego, dice:

-No le compensa: dos días valen 220 €.

- Entonces, está claro: lo alquilo una semana. ¿Usted me  hace todos los trámites?

-No se preocupe... La habitación es la....

-La 506.

-El señor Nicholason...-dice, mirando, nuevamente, la pantalla del ordenador.

-Así es.-Hace ademán de irse-. Me voy a almorzar.

-Un momento, señor. ¿Qué marca de coche prefiere?

-¿Cuáles son los modelos?

Mira otra vez la pantalla del ordenador.

-Puede elegir entre un Volkswagen Golf, un Alfa 147 o un Fiat Bravo.

-El Golf… El Fiat Bravo, el último.

-De acuerdo, señor.

Jack comió en el comedor del hotel. Después, mientras tomaba café en el bar, recibió una llamada en su teléfono móvil.

-Dime, Salomón...

-Jack... Ya estamos en el aeropuerto.

-¿Quieres que os recoja?

- No, cogeremos un taxi.

-Oye, que he alquilado un coche.

-Que no hace falta, de verdad, Jack. Oye, que vamos al mismo hotel donde estás tú. Lo hemos reservado por Internet. Oye, ¿estás ahora en el hotel?

-Sí.

-Pues nos vemos en un rato. Hasta luego, Jack.

- Hasta luego, Salomón.

Jack marchó a recepción.

-¿Ya está lo del Golf?

-No, no había, señor.

- !Vaya! Bueno, pues, el Alfa 147.

-No señor, tampoco había. Tiene que ser el Fiat Bravo.

-¡El que elegí en último lugar!

-Es lo que hay, señor...

-Parece la ley de Murphy.

-¿Cómo... señor?

-Nada: hablaba solo. Está bien.

Un cuarto de hora, más tarde, llegaron Salomon y  Esther. Jack les esperaba,en el recibidor del hotel ,hojeando periódicos de Madrid: concretamente, El País y El Mundo. Tan absorto estaba leyendo la prensa que no se percató de la llegada de su agente y su esposa.

-¡Jack!-exclamó efusivamente Salomon. Le abrazó antes de que Jack se pudiera levantar.

-¡Jack!-exclamó, también, efusiva, Esther-. ¿Qué tal estás? … Te veo estupendamente- se anticipó a la respuesta-. Oye, ¿y Mimi…?

-Sigue en Nueva York.

-¿Cómo es que no ha venido?-Se respondía a sus propias preguntas en vez de dejar a Jack -. Tiene mucho trabajo en la televisión.

-Si, eso es, Esther.

-Vaya putada para ella... Bueno, y para ti... Aquí, sólo... Te aburrirás un montón.

-Si, la echo de menos-mintió-.... Aunque... Bueno, así es la vida.

-Claro, no paras de hacer cosas: visitar monumentos, pensar en el próximo libro, documentarte...-manifestó Salomon.

-Oye, ¿qué tal están tus padres?-preguntó Esther.

-Bien. Como robles.

-Los buenos de Claudia y Nicholas-dijo Salomón-.! Cómo te pareces a Nicholas! Sólo que él esta calvo.

-No creas. También tiene cosas de Claudia -replicó Esther; y luego  prosiguió-.Bueno, Jack, ahora subimos a la habitación. Descansamos un rato… Bastante largo, y después bajamos a dar un paseo y a cenar. ¿O tienes algo mejor que hacer?-preguntó Salomon.

-No. Estoy a vuestra disposición-contestó riendo.

-Buen chico. Y mañana, como sabes, vamos a Toledo. Te he reservado un restaurante de ensueño: de puta madre.

-Joder, como eres, Salomon.

El tiempo que estuvieron Esther y Salomón en su habitación, lo aprovechó Jack para dormir. No sabía qué le ocurría: si era el " jet lag" o las juergas o la mezcla de ambos.

No saldrían a pasear y a cenar fuera. Esther y Salomon estaban muy cansados. Son de edad similar a la de los padres de Jack: alrededor de sesenta y cinco años. No obstante, mientras los padres de Jack están jubilados y viviendo tranquilamente en la tropical Miami Beach, Esther y Salomon siguen trabajando en Manhattan.

4





El Fiat Bravo arrancó del hotel NH Alcalá a las ocho en punto de la mañana. Jack lo conducía y, a su lado, se encontraba Salomon, y, detrás, Esther.

Tomaron la autovía A-42 rumbo a Toledo. Estimaban que  tardarían cincuenta minutos en hacer el recorrido.

Jack pensaba en María, el poco tiempo que Esther y Salomon, con sus verborreas, le dejaban.

A los cincuenta minutos exactos llegaban a Toledo: concretamente, a la puerta de Bisagra. Aparcaron cerca del puente de San Martín y comenzaron su visita a la ciudad imperial.

-¡Como me gusta esta ciudad! La visité hace treinta años. Espero que me guste igual o más que entonces- dijo Salomon.

A los tres les agradó mucho la iglesia y el claustro de San Juan de los Reyes, de estilo isabelino.

Lo comentaban cuando salieron del monasterio.

-Es precioso-afirmó Esther.

-De todas formas, lo más bonito es la ciudad en sí -manifestó su esposo-. Este tipo de construcción: de ladrillo antiguo, con su color ocre o rojo pálido... No sé qué color es... Las puertas medievales... Las torres mudéjares-dijo mirando a una de ellas.

Prosiguieron su camino y entraron, después, en la sinagoga del Tránsito ,donde el matrimonio se entusiasmó con la bellas grecas e inscripciones hebreas, así como, los mocárabes de su interior.

No habían salido de su emoción, cuando llegaron a la sinagoga de Santa María la Blanca. Aquí se puede aseverar que llegaron al éxtasis: Salomon y  Esther contemplaban arrobados, como si fueran niños, los arcos de herradura pintados con cal y el espléndido artesonado de madera.

-¡Esto es majestuoso!-exclamó, ensimismada, Esther.

-¡Se me pone la piel de gallina!... ¡Es la historia de nuestro pueblo...!-prorrumpió, de idéntica manera, Salomon.

Luego, entrarían en  la iglesia de Santo Tomé, donde admirarían el celebérrimo cuadro " El entierro del Conde de Orgaz", de El Greco.

Más tarde, visitarían la mezquita del Cristo de la Luz: donde se maravillaron de los capiteles visigodos y las cúpulas de diversos estilos. Aquí, comentó Salomon:

-¿Vas tomando notas para tu novela?... ¿Eh, Jack?

Jack se limitó a sonreír, mientras su esposa le abroncó.

-Deja al chico en paz.

-Gracias, por lo de chico.

-Pero si eres una criatura... ¿Qué tienes treinta y...?

- Treinta y cinco años.

- Pues, eso: una criatura. -Se hizo el silencio-. ¿Por qué no vamos a comer?... Yo ya  estoy cansada-expresó con una mueca de sufrimiento. Después, miró su reloj -.Son ya la una y cuarto.

- Por mí, lo que digáis - dijo Jack.

-¿Dónde está el restaurante?-preguntó Esther.

-A quince minutos de aquí- contestó su marido-. Te voy a llevar a un sitio, Jack,  que te vas a chupar los dedos.

-¿Cómo…? ¿Lo tienes reservado?

-Deja, al viejo Salomon, hacer. Vamos a ir a un restaurante del que habla maravillas Robert Parker....

-Robert Parker, ¿el famoso crítico neoyorquino?

-El mismo.

Fueran callejeando por los bellos y estrechos pasajes y pasadizos toledanos, apreciando las construcciones, y, sobre todo, las puertas, ventanas y balcones que se encontraban a su paso... Y súbitamente, Salomón se introdujo en una casa, que resultó ser el restaurante.

-Buenas tardes-dijo el camarero.

-Buenas tardes. Tengo reserva para tres personas- expuso Salomon en un mal español.

-¿A nombre de quien, por favor?

- De Salomon Newman.

El camarero les llevo a una mesa y se sentaron.

-¿Te gusta, Jack?

-Me encanta.

-¿Y a ti, “honey”?

- Me encanta.

Se hallaban en el restaurante Adolfo, en pleno centro de la ciudad. Un lugar precioso: una antigua mansión del siglo XII, con bellos artesanados de los siglos XIII y XIV.

Comerían, casi hasta reventar,  unos platos deliciosos: perdiz estofada; calabacín sobre pisto manchego y azafrán; lomo de ciervo con salsa de setas y puré de patatas; ensalada de pichón en escabeche; lomo de cordero con frutos secos; crema de torta de queso con calabaza y aroma de arenque;  bizcocho de azafrán con helado de chocolate de naranja y granizado de alcaravea; torrijas con canela, albahaca y mejorana; cúpula de mousse de naranja y chocolate... Regado con unos buenos vinos de Castilla-la Mancha... ¡Y  todos comieron de  todo, aunque pueda parecer imposible!

Tras casi tres horas de permanencia en el restaurante, marcharon a ver la catedral (culminación del gótico español).

Al matrimonio Newman y a Jack les encantó la catedral. Lo que más le gustó a Salomon fue el transparente barroco; a Esther, la sillería del coro y la reja renacentista; y a Jack, las tres cosas.

Cuando terminaron de ver el edificio, se sentaron en unos bancos de madera a descansar y dormitar la modorra. Resultaría nefasto, puesto que al  matrimonio Newman le vendría el bajón.

-Creo que deberíamos no ver ya nada más. Estoy  muy cansada-dijo Esther.

 -La verdad es que yo, también, estoy cansado-aseguró su marido.

-Como queráis-asintió Jack.

-Es una putada no ver más cosas, pero....

Media hora más tarde, tomaban el camino de vuelta. El matrimonio Newman, ahora, no estaba cascarrabias. Y el inconsciente de Jack volvió a lo  suyo: mientras conducía, volvía  a pensar en María.

 “Esta noche voy a  Gabana. Tengo unas ganas locas de verla... Esta criatura me tiene embelesado...",reflexionaba Jack, cuando Salomon le interrumpió.

-Mañana, vamos al Museo del Prado... Y a ver el centro de Madrid, ¿no, Jack?

-Yo ya he visto el Museo del Prado... Y  quiero ir a la  Biblioteca Nacional a mirar unos libros-mintió Jack-. ¿No os  importa que no os acompañe?

Salomon iba a  comentar algo, pero se le  adelantó su esposa:

-No te preocupes, Jack: iremos solos. Tú haz lo que tengas que hacer.

-Está bien, chico-ratificó Salomon dándole una palmada en el muslo.

El viaje de vuelta duró algo más que el de ida. Nada más llegar al hotel, Esther y Salomon se fueron a su habitación; y Jack, tras aparcar el coche, hizo lo mismo.

Ninguno de los tres cenaría: era lógico, después de la entripada.

Jack se duchó y se tumbó en  la cama, pero siempre pensando en  María. Sin saber  por qué miró al teléfono de la habitación y se acordó de Mimi: "¡Joder! ¡Si no he vuelto a llamarla!... Ya la llamaré: ahora no me apetece."

Sonó el móvil: era Mimi.

-Jack...-dijo Mimi, al coger Jack el  teléfono, con voz de cabreo.

-Oye, Mimi, parece telepatía, ahora mismo te iba llamar-fingió Jack.

-Antes mentías mejor… Como dice Ingrid Bergman, en Casablanca-declaró totalmente enojada.

-Mimi... Que es de verdad.

-De verdad es que desde que llegaste no me has vuelto a llamar.

-Mujer, no te voy a  estar llamando a todas horas.

-Hace  tres días que llegaste a Madrid.

-¿De verdad?... Pues, se me ha pasado el tiempo volando.

-¿Qué habrás estado haciendo?

-No he parado ni  un momento… Viendo Madrid y Toledo... Mira hoy hemos estado... ¿Sabes que están aquí Esther y Salomon Newman?... Me han dado recuerdos para ti.

-Devuélveselos-dijo secamente.

-No te preocupes: te llamaré más a menudo.

"Tendré que anotarlo en  la agenda, para que no se me olvide", consideró Jack.

-¿En qué estás pensando?... Que no hablas.

-En nada en concreto.-Se hace una pausa-. ¿Qué haces ahora? ¿En qué trabajas?

Mimi iba a responder iracunda, pero decidió relajar su tensión.

-Tengo que entrevistar a una mujer que estuvo casada con un bombero que murió en el atentado del 11 S. Luego, se casó con otro bombero, compañero del anterior, y murió en accidente. Después, se casó con otro bombero, que cuando se ha enterado de lo que les pasó a los otros dos, se ha acojonado y la ha  abandonado.

- ¡Joder! ¡Vaya ranking matrimonial!... Oye, ¿no la habrá  entrado depresión a ella por el abandono del tercer marido?-preguntó chistoso.

-Pues, sí: está deprimida.

-¡Joder!

Se hizo el  silencio durante unos segundos.

-Jack....

-¿Qué…?

-No me pongas los cuernos-soltó de sopetón.

-Pero, sino tengo tiempo....

-¿Y ganas?

-Ni ganas.

-Seguro que cuando andas tonteando con alguna tontita no te das cuenta del bombón que tienes en casa.

-No necesito tontear con tontitas para saber lo que vales.

-Hasta que me llames, Jack. Un beso-hace el ruido del beso.

-Un besazo.

Quedó especulando sobre Mimi y en  que debía hacer lo necesario para llamarla: para que su mosqueo no fuera en aumento.

Pero a los pocos segundos, ya estaba ensoñando con María: a veces mezclaba imágenes de Mimi, con imágenes de Toledo y con imágenes de María, para terminar imaginándose paseando con María, por las callejuelas de Toledo, acaramelados en plan tortolitos.

Esperó impacientemente a que fuera la una de la noche: hora prefijada por él como idónea  para ir a la discoteca Gabana: para llegar y tomar una copa mientras esperaba a  su desiderátum: ¡María!

Cuando caminaba a la discoteca cavilaba: " Esto es locura...  Irreflexión... Enlechonamiento... Amor romántico... Creo que sencillamente es cuestión hormonal: algo hay en mis hormonas, en mi inconsciente...Y algo hay en sus hormonas, en su inconsciente, que ejerce un poder de atracción entre nosotros, que nos arrastra, que nos subyuga y nos hace... Creo que esto es el verdadero amor. Y no los convencionalismos: matrimonio, noviazgo, tiempo y tiempo para conocerse... Tanto filosofar sobre el amor y sobre la relación de pareja: ponerlo a la altura de las cosas importantes de la humanidad, y se reduce a una pura atracción hormonal”.

En estas conjeturas se hallaba, cuando llegó hasta dónde estaban los porteros de  la discoteca.

Los saluda.

-Buenas noches.

-Buenas noches-dicen casi al unísono Richard y el de aspecto eslavo.

Baja las escaleras y pide un Black Label, en la barra de la entrada, a la chica de Filadelfia. Como apenas hay gente se pone a hablar con ella del tiempo y de chorradas similares.

 Poco a poco se va llenando el local, pero María y compañía no se dignan aparecer. Se impacienta. Le vienen imágenes de la noche que estuvo con ella: prácticamente, María se le aparece en su mente como si se tratara de una película continua. A veces, Jack sonríe y, otras veces, un rictus de amargura impregna su cara al  advertir la tardanza.

Algunas chicas intentan flirtear, sin embargo  él ni se percata de su presencia y sale mosqueado de la discoteca. Son ya las tres menos cuarto.

-¿Qué pasa…? ¿Ya te vas?-preguntó Richard-. ¿No hay buenas chicas?

-No está la que quiero yo.

-¿Te refieres a  María, Marta y compañía...?

-Sí.

-Normal, que no estén.

-Normal... ¿Por qué?

-¿No te has enterado de lo de su padre?

-¿Qué…?-pregunta un tanto  acongojado.

-Su padre ha muerto.

-¿Cómo…? ¿Estaba enfermo?

-No: ha muerto en un accidente.-Jack le iba a interpelar, pero él, levantando la mano, prosiguió-. Yo no sé más nada -Jack tartamudeó, y no pudo articular palabra-. Debe de venir en los periódicos.

-¿Y cuándo...?

-Murió... Creo que ayer...O anteayer... Me ha dicho el portero de la casa que mañana es el funeral en la iglesia de San Manuel y San Benito, aquí mismo en  la confluencia de…  Alcalá con Lagasca.

De pronto, se le nubló el intelecto, y como si una pesada losa cayera sobre sus espaldas se largó, pesarosamente, pensando en el vacío: no tenía nada que pensar. Su cerebro se había quedado en  blanco. Llegó al hotel, sin darse cuenta de que había caminado  hacia allí con una sola intención: pedir al recepcionista los periódicos para ver cualquier noticia relacionada con la muerte del padre de María.

-Por favor, ¿tiene los periódicos de ayer o de anteayer?

-¿Cómo...?-dijo alelado-. Tenemos los de hoy-indicó con la mano el  lugar donde se hallaban.

Jack no contestó y se puso a ojear los periódicos. No sabía ni el nombre ni los apellidos de María, pero en los dos que ojeó había esquelas en  las que se decía que mañana sería el funeral de un tal “Francisco Javier Castelló Ruiz", a las siete de la tarde, en la iglesia de San Manuel y San Benito.

 Sumido en su pesadumbre subió a su habitación y comenzó a tomar diversas bebidas alcohólicas que había  en el minibar: benjamines de champán, whisky, coñac... Hasta que, ya medio atufado por la ingesta etílica, se quedó roncando, sin quitarse la ropa.

Lo poco que durmió, soñó con ella: "María lloraba amargamente junto a su hermana y el resto de familiares, y Jack se acercaba y la besaba y abrazaba,  y ella le sonreía". El resto de la noche lo pasaría leyendo y meditando sobre la muerte, después de haberse pegado una ducha de más de media hora.

 A las ocho de la mañana, ya estaba en el bar del hotel tomando café tras café, intentando despejarse. Una hora más tarde se hallaba en el Museo Thyssen. Sólo tenía ojos para los mejores cuadros: cuando observaba un cuadro que no le llamaba la atención le venía, a su mente, el recuerdo de María.

Después, iría a la zona de Puerta del sol, calle Mayor, plaza Mayor, calle Cava Baja y Cava Alta,  la plaza de Santa Ana y aledaños... Entraría en diversos bares y cervecerías, y comería de pinchos. Por allí estuvo haciendo tiempo hasta que se marchó, andando lentamente, hacia la iglesia de San Manuel y San Benito, para asistir al funeral del padre de Marta y María.

5





La iglesia estaba tan atiborrada que muchas personas tuvieron que permanecer fuera, con la que caía: era primeros de agosto, las siete de la tarde, y el sol derretía el mercurio de los termómetros. Pero, aguantaban estoicamente. Es lo que tienen los funerales: que la gente asiste fiel y respetuosamente a ellos.

Jack se asomaba, de vez en  cuando, pretendiendo ver a María y Marta, aunque no conseguía localizarlas entre tanto gentío... Y, de esta manera, pasaría la hora que duró la misa. Sólo cuando empezó a clarear pudo ver el rostro de María y su hermana.

Ahí estaba, majestuosa, entre su madre y su hermana (todas vestidas de negro, de pies a cabeza). A Jack le parecía imposible que estuviera aún más bonita y cautivadora que la noche que la conoció: es como si el sufrimiento la embelleciera todavía más.

Cuando ya quedaban pocas personas dentro de la iglesia, Marta le hizo un gesto a su hermana,  como indicando que allí se encontraba Jack. María se conmovió mientras miraba compungida con una dulce y melancólica sonrisa hacia él. Jack se conmovió aún más que ella: esa dulce y melancólica sonrisa hizo que se le humedecieran los iris de sus ojos y que derramara  algunas amargas lágrimas sobre sus mejillas. Se giró para limpiarse las lágrimas, como si se avergonzara de su debilidad, pero después miró de frente para  justo lo contrario: para que María viera que sufría por ella. Aunque ella no se pudo percatar, con tanta gente, de lo que hacía, exactamente, Jack. Alguien le cogió del brazo: era Almudena.

-Hola Jack-susurró, mientras le besaba las mejillas.

-Hola Almudena-musitó él.

-Vamos fuera.

Él pensó que le quería contar algo y accedió. Ya en el exterior, Almudena le dio un trozo de papel en el que estaba escrito el  nombre de María seguido del número del móvil. Jack iba a hablar, pero se anticipó ella:

-Ahora, vamos al  cementerio de la Almudena.

-¿A enterrarlo?

-No: al crematorio... Y dentro de unos días esparcirán las cenizas en la finca, en el campo, como quería su padre.

-Entonces, creo que será mejor que las llame mañana o pasado mañana.

Almudena no contestó: sencillamente asintió con una sonrisa.

Jack se marchó al hotel. Caminaba apesadumbrado. Llegó a pensar que quizá debería dominar sus sentimientos: sólo se  trataba de una persona que había conocido una noche en una discoteca; no obstante, por otro lado, le acometía una fuerza interior que le obligaba a no poder olvidarla. En estas disquisiciones estaba cuando oyó una voz.

-Jack.

Era Salomon, que venía detrás de él, andando con su esposa. Juntos entraron en el hotel.

-Te veo cansado… Con mala cara... ¿Estás enfermo?-preguntó Esther.

-No: es que apenas he dormido.

-¿Y eso...?  ¿Tienes problemas?-inquirió Salomon.

-No. Tomé varios cafés y me puse a leer y meditar sobre la muerte.

-¡Meditar sobre la muerte!  Je, je... Cuando tengas listo el  borrador me lo das.-Creía que se trataba de la nueva novela-. Estoy impaciente... Je, je.... ¡Este es mi chico!

-Te veo muy cansado, Jack. Anda, vamos a cenar- dijo Esther.

Entraron en el restaurante. Mientras comían, el matrimonio Newman no paraba de parlotear: que si habían ido al Museo del Prado, al Museo Thyssen, a la zona de los Austrias…Incluso pensaron en que Jack les acompañara al día siguiente a El Escorial. Jack se negó por si veía a María y Marta: el pretexto fue que tenía una cita con un bibliotecario que le debía proporcionar datos para su nuevo libro. Esther y Salomon refunfuñaron un poco, pero terminaron por aceptar las excusas de Jack.

Esta noche Jack durmió mejor que la anterior. Estaba muy cansado y probablemente su inconsciente había asumido la fatalidad. Al fin y al cabo se trataba de una persona que no conocía: su único lazo de unión era el enlechonamiento con María. Esto le hizo reflexionar: quizá sería mejor darles el pésame a María y Marta y tratar de olvidarlas, como suele ser habitual para muchas personas en estos casos, tanto hombres como mujeres.

Mientras desayunaba, seguía pensando lo mismo: debería enfriar su relación con María… O quizá sería mejor que fuera ella quien diera el primer paso. Su cabeza era un enorme lío: tan pronto pensaba una cosa como la contraria. Enfrascado en estos pensamientos determinó que ya era hora de llamarla: las diez de la mañana.

-María...-dijo con voz trémula.

-Hola, Jack...-musitó, dulcemente, ella. Se le adivinaba un rictus de sufrimiento en su bello rostro que a Jack le fascinaba.

-¿Cuándo puedo ir a verte...?- Prosiguió con voz trémula-. ¿Quieres que vaya a verte…?- preguntó sin saber lo que  preguntaba.

 -Por supuesto, Jack... Muchas gracias.

-En media hora estoy ahí- fue lo que acertó a decir.

Se subió a la habitación, se cepilló los dientes, se dio potingues, se engalanó, se puso sus mejores ropas, y a la hora convenida se encontraba hablando con el conserje.

Subió al segundo piso  y llamó al timbre. A los pocos segundos, una empleada de hogar uniformada le abrió la puerta y, luego, le introdujo en un recibidor, en espera de la llegada de María. En un par de minutos aparecieron María y Marta.

-Hola. Lo siento mucho-expreso Jack en tono grave.

-Hola- repondieron  las jóvenes.

María y Marta le dieron sendos besos en las mejillas, sin embargo Jack  las estrujó contra su pecho. Éste iba a hablar algo, pero agradeció que una de  ellas dijera:

-Ven. Vamos al salón.

Entraron en un salón inmenso y  precioso, decorado con muebles de caoba y una enorme alfombra persa, que ocupaba gran parte del suelo, y una antigua gigantesca lámpara de cristal, que  se sostenía fastuosa del techo, y unas cortinas de seda brocada, que ocupaban los balcones que daban a la calle de Velázquez. Era evidente que el piso tenía mucha superficie y que sus moradores marchaban bien de dinero y que pertenecían a una familia acaudalada.  También, allí se encontraba un viejo y bonito piano de cola.

 Precisamente, el piano fue el primer tema de conversación. Al ver, María, cómo lo contemplaba Jack, dijo:

-En este piano recibió mi abuela Paloma (la madre de mi padre) sus primeras lecciones. Me lo regaló cuando tomé la primera comunión, porque sabía de mi afición por la música clásica... Y en el, también, recibí yo mis primeras clases.

-Muy bonito...-declaró Jack un tanto emocionado.

-¿Quieres tomar café... té... algo?- invitó Marta.

-Gracias, Marta... Lo que vosotras toméis.

Durante casi una hora conversaron acerca de la desgracia de su padre, acerca de recuerdos de la  infancia, acerca de  la personalidad de su padre... Jack hizo pocas  preguntas: consideraba que no era el momento de indagar sobre el accidente u otras materias que pudieran herir la sensibilidad de aquellas jóvenes mujeres… Además, acababa de conocerlas.

Cuando se iba a marchar, María le reveló:

-Mañana, por la tarde, tiraremos las cenizas en Matoso: la finca que perteneció a nuestros antepasados desde tiempo inmemorial y que mi padre siempre nos dijo que arrojáramos su cenizas allí...-hizo una pausa; y, luego, prosiguió- Para abonar las hierbas, según decía él.-Una cariñosa sonrisa se dibujó en su rostro al recordar las palabras de su padre .

-¿Dónde esta la finca?

-En Oropesa, en la provincia de Toledo.

La madre de Marta y María, una señora de unos cincuenta o cincuenta y cinco  años, vestida de negro, irrumpió en el salón como buscando a sus hijas y, al ver a Jack, dijo:

-Perdón. Buenos días.

-Buenos días- contestó Jack, quedando impresionado con la belleza y el estilazo de aquella mujer.

-Es  nuestra madre-manifestó María cuando desapareció su progenitora.

 -Una gran señora... Como corresponde a semejantes hijas.

 Los tres sonrieron. Permanecieron mudos unos instantes. Luego, Jack comentó:

-Parece que no lo lleva muy mal, ¿no?

-¡Qué va! Está muy afligida-convino Marta-. Lo que pasa es que lo disimula muy bien.

-Es como si la hubieran enseñado de joven a sobrellevar las penas- replicó  María-. Sufrió mucho con la dictadura argentina: murieron o  desaparecieron varios amigos de ella....

-Incluso uno, que era más que amigo-apostilló Marta.

-Vaya...-se limitó a exteriorizar Jack.- Bueno... Me voy a marchar...

Le acompañaron hasta la puerta y allí se despidieron.

Aquella tarde no había pensamientos para salir de marcha. Cenó con los Newman y les dijo que tenía que realizar  un viaje para recabar información para la nueva novela. Se acostó pronto y durmió, plácidamente, como un niño: como si tuviera la conciencia tranquila.

6





A media mañana llegó al Parador de Oropesa. Había ido por la  autovía A-5 hasta el kilómetro 149 y, allí se había desviado para entrar en Oropesa, y, luego, ir al Parador de Turismo, tal y como se había informado en internet.

Reservó una habitación para un día. Cogió un trolley de viaje del maletero del Fiat Bravo y lo subió. Después, se tomaría una cerveza en la cafetería, contemplando la sierra de Gredos: justo el pico Almanzor. El día estaba totalmente claro y la perspectiva, a través de los balcones, era preciosa. Mientras bebía repantigado, pasó el camarero que le había servido.

-Perdone- dijo Jack-. He perdido el papel en el que tenía anotado la dirección de una finca que hay aquí, hacia la sierra de Gredos...-mintió.

-¿Sabe cómo se llama la finca?

-Matoso.

-Hay varios Matosos. ¿Sabe el nombre del dueño?

-Sí: Francisco Javier Castelló Ruiz-expuso, recordando la esquela mortuoria de los periódicos.

-¡Ah!  Don Javier Castelló.- Meditó unos  segundos y, luego, continuó-. El Matoso de don Javier Castelló está según toma esa carretera hacia la sierra de Gredos...-le indica con la mano mirando por el balcón-. A unos cinco kilómetros a izquierda y derecha... Está vallada con malla metálica y, por la parte de  arriba, tiene alambre de espino... De esa que pincha....

-Ya... Comprendo.

-La casa y  los establos están a la izquierda de la carretera... Vamos,  no tiene pérdida.

-Muchas gracias.

-De nada.

-Póngame otra cerveza, por favor.

A los pocos segundos estaba de vuelta con la cerveza y unas patatas fritas, como aperitivo. La acompañaba otra camarera: una morena de ojos verdes muy guapa y aspecto tierno.

-Aquí, mi compañera-dijo el camarero mientras le servía la cerveza-quiere comentarle una cosa... ¿Si no le molesta?

-Por favor, cuente.

 -¿Es usted este señor?-preguntó ella, alargando el brazo y mostrando la contraportada de una novela de Jack en la que aparecía su foto.

-El mismo-reconoció sonriendo.

-¡Ah!-exclamó emocionada.

-¿Quiere que le haga una dedicatoria?

-Sí, por favor.

-¿Cómo se llama usted?

-Pilar.

-A Pilar, con mucho afecto, Jack Nicholason-pronunció, mientras lo redactaba en la primera página de la novela.

 -Ay, qué emoción.

-¿Le ha gustado?

-Me encanta. Voy por la mitad.

-Entonces, no le cuenta nada.

-Mejor... mejor. Mucha gracias-dijo, y se largó emocionada con la novela pegada al pecho.

Jack y el camarero sonrieron.

-Yo me llamó Enrique  -se presentó el camarero.

-¡Ah! Mucho gusto.

-Señor Nicholason, cualquier duda o problema que tenga no dude en  acudir a mí... Bueno, o a  Pilar. Estaremos gustosos de atenderle.

-Muchas gracias-profirió, un poco alucinado por tanta atención.

-De nada.

 El camarero se iba a marchar, pero Jack lo retuvo.

-Oiga, Enrique....

-Dígame, señor Nicholason…

-¿A que hora está abierto el comedor?

-En aproximadamente quince minutos.

-Gracias, Enrique.

-De nada, señor.

Jack apuró la  cerveza, pretendiendo adivinar los límites de Matoso, según las orientaciones que le había dado Enrique. Tan abstraído se encontraba que pegó un retemblón  cuando Enrique le declaró:

-Señor Nicholason, ya puede pasar al comedor.

La comida le pareció muy buena. Degustó, de primero, Timbal de pisto manchego con huevos rotos; y, de segundo, Lomo de Retinto a la  parrilla trinchado, con sal maldon y pimientos de La Vera fritos; y, para beber, tomó vino reserva de Rioja. Luego, tomaría café, contemplando, de nuevo, a través de unos bonitos arcos góticos (que hay en el comedor), la sierra de Gredos y el paraje donde, más o menos, debe de  estar situado Matoso.

7





Después de dormir una gran siesta y de tomar un café en el bar, que le sirvió Pilar, arrancó el Fiat Bravo rumbo a Matoso.

No se perdió en el trayecto. Siguió las directrices que le dio Enrique y, en pocos minutos, se hallaba en la finca.

Jack tomó un amplio camino de tierra que había a la izquierda de la carretera y detuvo el vehículo. Miró, en un acto reflejo, hacia la derecha, y vio cómo un rebaño de ovejas estaba a la sombra de varias encinas centenarias: alguna de ellas ya comenzaba a desperezarse y salían a comer pasto.

Volvió la vista hacia el otro lado y, ahora, vio una manada de vacas, novillas y terneros de color negro, marfil y pardo (de raza avileña,  charolesa y limosina, respectivamente): unas comían la hierba del cauce de un arroyo; otras comían los juncos de los charcos y otras comían de las hojas de los fresnos y los sauces. Un ternero mamaba de su madre; otro cucaba, tratando de quitarse las moscas; otro mugía y otro sesteaba en el lecho de una cañada.

La casa de la finca se veía a lo lejos, pero muy pequeña, por lo que decidió coger el coche y seguir por el camino. Antes de partir, aparecieron dos camiones dumper, que tomaron el mismo camino en el que estaba Jack. La enorme polvareda cubrió, totalmente, un radio de bastantes metros. Cuando comenzó a clarear, arrancó el vehículo. Los camiones se perdieron a unos kilómetros, en una cantera o mina que había por allí.

Llegó a estar a unos quinientos metros de las casas. Desde allí no divisaba bien, porque había como una espesa niebla. Jack pensó: “¿Cómo es posible esta niebla en verano y en un día tan cálido y soleado?¨ Después se percató de que, lo que consideraba niebla, era una gran cantidad de polvo que levantaba un tractor John Deere, que estaba arando un herrenal, no muy lejos de donde él se encontraba. Pero al poco tiempo, el tractor se largó de allí hacia el grupo de casas, y entonces Jack pudo ver la disposición de los edificios. Había una gran casa principal de piedra, rodeada de una cerca, que, presumiblemente, sería donde se alojaban los dueños (María, Marta, su madre...); y a cincuenta metros, aproximadamente, había varias casas más pequeñas, de paredes encaladas; y cerca de éstas, las cocheras y los establos. Entre la casa principal y el resto edificios, se movían a sus anchas papá ganso y  mamá oca con varios polluelos y una veintena de pavos y gallinas. Dos grandes perros mastines estaban encadenados junto a la casa principal.

De pronto, por una puerta de los establos irrumpieron María y Marta, montadas a caballo. La primera cabalgaba un semental tordo,  que era la debilidad de su padre; y la segunda cabalgaba una yegua negra, que también quería mucho su padre: habían elegido los caballos preferidos de su progenitor.

Cuando llegaron a la  puerta de la casa principal, salió la madre de ellas con una urna con las cenizas de su padre. La tomó María y, desde su caballo, arrojó un puñado de cenizas hacia el suelo. Luego, cabalgaron un trecho y Marta arrojó otro puñado de cenizas. Así, se alternaron, durante varios minutos y varios cientos de metros. La madre miraba, impertérrita,  la ceremonia. Llegaron a pasar cerca de Jack, sin embargo no le vieron: había muchas encinas y retamas. El caballo que montaba María se asustó, quizá por la presencia de una culebra o un lagarto, y ella dijo:

-Tranquilo, Fabrizio.

"¡Fabrizio...! ¡Joder!  Se llama como mi abuelo materno", pensó Jack.

Las chicas continuaron su camino. Jack estaba completamente arrobado mirando a María: se la imaginaba como una amazona. Tan absorto se hallaba que no se apercibió de la llegada de un todo terreno Land Rover Defender.

-¡Eh! Oiga...-reprendió a Jack, desde el otro lado de la alambrada, con acento peruano o ecuatoriano o colombiano o similar.-Esto es una finca particular....

-Pero si estoy en el camino...

-El camino, también, es particular.

-¡Ah! Perdón. Ya me voy.

Y se fue. De camino al Parador de Turismo de Oropesa, volvió a pensar en lo arrebatadora que estaba María. Llegó a tener celos hasta de Fabrizio: que iba subida a su grupa, y Jack lo interpretaba como algo de componenda sexual.

En cuanto se apeó del automóvil, subió a su habitación y telefoneó a María. Ésta acababa de desmontar de Fabrizio, cuando sonó su móvil.

-Hola Jack...

-Hola María...

-¿Dónde estás?

-Acabo de verte tirando las cenizas de tu padre en compañía de tu hermana.

-¿Cómo…? -demandó incrédula.

-He visto cómo las arrojabas, montada en Fabrizio. -Ella no contesta: se ha quedado muda-. ¿Sigues ahí?

-Sí... Pero, ¿cómo...?

-Te invito... Os invito a un café en el Parador de Oropesa- dice Jack, cambiando de tema.

-¡Vaya! Conque estás aquí.

-No he podido resistir la tentación.

-¿No tenías nada mejor que hacer?

-Por supuesto, que no.-Se ríen cómplicemente los dos-. ¿Aceptas?... Bueno, ¿aceptáis?

-En media hora estaremos ahí-responde, sin haber consultado todavía con su hermana.

A los tres cuartos de hora de finalizar la conversación telefónica, Enrique servía café a Marta, María y Jack.  Pilar, que se había puesto muy contenta al ver a Jack, servía a otras mesas: en cuanto vio a las otras dos mujeres, se puso celosa y prefirió no acercarse a su mesa, pero el careto, que ponía de vez en cuando, era todo un poema.

-¿Queréis comentarme, tranquilamente, cómo fue... O qué sabéis del accidente de vuestro  padre?

-¿Para qué quieres saberlo? Prefiero no removerlo-dijo María.

-No sé... Por si hay algún fleco sin atar.

-¿Qué quieres decir?-inquirió Marta.

-No sé... Perdonadme. Quizá sea deformación por ser escritor el que quiera conocer todos los detalles-se justificó Jack.

Las dos mujeres se miraron como adivinando quién iba a empezar a hablar.

-Mi padre-comentó María-había ido a la provincia de Soria y se encontraba en un sitio que se denomina el cañón del río Lobos... Y por las razones que fuera (tropezó o lo que sea), cayó al fondo del cañón y le picó una víbora en el cuello... Pudo morir por las dos causas: o por la caída o por la picadura de la víbora...

-¿Cómo lo sabéis?

-Es lo que dice la autopsia.

-¿Os fiáis al cien por cien de lo que dice la autopsia?

-Uno de los forenses es primo hermano de mi padre.

Jack queda pensativo. Después, dice:

-Me gustaría conocer el lugar... Y sacar mis propias conclusiones.

-¿Qué conclusiones? ¿A ti qué más te da?

-Perdona. No sé... Es posible que sólo sea morbo de  escritor-luego, prosigue-. Además, me puede venir bien para mi próximo libro-mintió.

-¡Ah! ¿Si es eso..?.

-¿Me podrías decir dónde está y como ir?

-Yo no lo sé muy bien-dijo María.

-Ni yo-replicó  Marta.

-Pero, vamos, nos podemos enterar-dictaminó Jack.

-Oye, ¿y cuando piensas ir?

-Mañana mismo... O pasado mañana.

-Ahora que me acuerdo, Almudena ha ido alguna vez a ese sitio. La voy a llamar.-Telefonea a Almudena. Tarda en ponerse al aparato-. Oye, Almu....

-Dime María...-balbucea como si tuviera algo en la boca, por lo que deduce que se está besando con alguien.

-¿Has vuelto con Javier? ¿No decías que era agua pasada y que no volverías a sufrir más por él?

-Es que estoy pillada: la carne es débil. ¿Comprendes?

-Es tu problema: da igual que yo lo comprenda o no.-Se calla unos segundos y ,luego, continúa-. Oye, Almu, ¿cómo se va a río Lobos?

-¿Pero vas a ir? ¿Quieres sufrir más?

-¿Me lo dices...?

-Está bien.-Aprovecha para dar un beso al tal Javier, mientras María se desespera-. Coges...  Apunta.-María escribe en una servilleta de papel del Parador-. Tomas la  A-1 y te sales en la señalización de Riaza  y, después,  sigues hacia Ayllón... Y, luego, a El Burgo de Osma....Y... Bueno,  pregunta allí... Yo sé ir, pero no te lo explicaría muy bien: ya sabes cómo somos las mujeres para las localizaciones.

-De acuerdo.

-¿Has tomado notas, bien?

-Sí. Da recuerdos a Javier.

-De tu parte. Hasta luego, María. Un beso.-Corta la llamada.

-Bueno, pues, ya sabemos cómo se va-decretó María.

-Oye, María, ¿por qué no te vas con él?

-¿Qué dices…? ¿... Y mamá?

-Me quedo yo con ella.

-¿Y qué le decimos?

- Le mentimos. Le decimos que te has ido con Almudena a algún sitio. Antes le ponemos a Almudena en sobre aviso para que no meta la pata si habla con mamá.

-Pero...-Estaba dubitativa porque creía que no era buena idea visitar el lugar donde murió su padre y, además, ir sola con Jack.

-Creo que es mejor que vaya yo solo-decidió, sinceramente, Jack.

Quizá fue el advertir la sinceridad de Jack lo que hizo que María se decidiera a acompañarlo. Dijo:

-Está bien: iré.

Jack llamó a Pilar.

-Pilar, por favor, la cuenta.

Ahora, la celosa era María. No obstante, como Pilar seguía mosqueada, dijo en un tono de pocos amigos:

-Enrique, por favor, cobra a Jack y compañía.

Cuando Enrique cobraba a Jack, María miraba recelosa a Pilar.

Bajaron al patio renacentista que hay en el interior del Parador y allí decidieron el planning del viaje.

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