“EXTRAÑO SUCESO EN RÍO LOBOS“
De Juan Carlos Álvarez
NOTA DEL AUTOR
Los personajes y situaciones que
aparecen en esta novela son producto de mi mente; luego, cualquier parecido con
la realidad es mera coincidencia.
− Mimi…
− Jack…
− Ya estoy en el hotel.
− ¿Qué tal el viaje... Y qué tal el hotel?
− El viaje, bien… Y el hotel, también, bien… Pero
hace mucho calor aquí.
− Aquí sí que hace un calor insoportable… E
insoportable es tener que trabajar en la calle, a plena luz del día, con todo
el maldito ruido de esta ciudad y tanta gente…
− Después de una pausa, Mimi prosigue −. ¿Qué haces
ahora? ¿Has deshecho el equipaje?
Jack contesta mirando las maletas:
− Estoy tumbado… Y no he deshecho el equipaje.
− ¿Supongo que no se te ocurrirá salir a ligarte
una mujer mala teniendo aquí una mujer
buena? Ni se te ocurra serme infiel − dijo mitad en broma mitad en serio.
− No sé lo que haré: si dormir…O salir a dar una
vuelta − dijo, mirando al techo.
Haría las dos cosas: dormiría y saldría a dar una
vuelta. Una vez colgó el teléfono, sus ojos se fueron cerrando
parsimoniosamente y se quedó dormido durante unos minutos.
Al despertar, recordó que las maletas seguían igual
que cuando vino del aeropuerto y comenzó muy despacio a colgar la ropa en el
armario. ¨ Qué sueño tengo. Tendré que acostarme”, pensó. Cuando terminó de
deshacer las maletas, se duchó y cambió radicalmente de parecer. Se vistió con
ropas deportivas, pero elegantes, y salió de la habitación.
Al llegar a
la recepción, se dirigió al recepcionista:
− Buenas tardes.
− Buenas tardes. ¿Desea algo?
− Me voy a dar un paseo…
− ¿Quiere que le dé información de algo?
− Sí… No: no, gracias.
Salió del hotel, en la calle de Alcalá; y, a menos
de cien pasos, caminaba tranquilamente por la calle de Velázquez. Era plena
canícula, y un termómetro, que había en el exterior de una farmacia, marcaba
treinta y ocho grados Celsius… ¡Y eran las nueve de la tarde!
Jack paseaba su modorra meditando sobre lo que
haría el día siguiente: ir al Prado y al Thyssen o a la zona de los Austrias.
En este ensimismamiento, llegó a la confluencia con la calle de Goya y se metió
en una cafetería: sólo porque el olor a buen café invadía la acera y no pudo
resistir la tentación de tomarse un buen café. La cafeína le despejaría y
continuaría su paseo, media hora más tarde, como un hombre nuevo.
Deambuló por la calle de Velázquez y llegó a un bar
de amplios ventanales, que le llamó la atención: había algunas mesas en la
acera y muchas más en el interior, repletas de ¨beautiful people¨ de entre
veinte y cuarenta años.
El bar se llamaba Lateral y, al advertir Jack, que
había muchas chicas de buen ver, se decidió a entrar. Se colocó en el único
trozo de barra que estaba libre y pidió un vino de Rioja.
Se dedicó a estudiar a la gente, mientras una
camarera filipina lo estudiaba libidinosamente a él. Jack se percató y sonrió,
y ella sonrió aún más, pero no se cortó: siguió echándole miraditas todo el
tiempo que estuvo en el bar.
Allí permaneció comiendo pinchos y bebiendo vino y
mirando y sonriendo a chicas bonitas hasta cerca de la una de la madrugada. Y
volvió hacia el hotel en sentido
contrario. Cuando pasaba por el hotel Wellington vio un rótulo que ponía
¨Gabana¨ y dos fornidos y grandullones porteros: uno, de aspecto cubano o
dominicano, y el otro, de aspecto eslavo. Jack se dirigió al moreno:
− ¿Es esta la famosa discoteca Gabana?
− En efecto
− dijo el afroamericano, con acento cubano o dominicano −. ¿De dónde eres?
− Soy de Estados Unidos… de Nueva York − contestó
Jack.
− ¿Quieres entrar?
− Bueno… Gracias.
− Hasta las dos no se empieza a animar, pero puedes
ir tomándote una copita, etc…
Jack sonrió y entró. Era cierto lo que le había
dicho el portero. Había muy poca gente: alguna pareja, en alguna mesa
desperdigada. Las típicas luces de neón daban a los rostros de las camareras diversos tonos iridiscentes, y los
sillones y moquetas parecían cambiar de color permanentemente.
Jack fue a la barra de la entrada, donde una camarera
presumiblemente eslava (que resultó ser de Filadelfia) le dijo, en español:
− ¿Qué deseas guapo? − mientras tarareaba la
canción house que sonaba en ese instante.
− Un Black Label con hielo.
− ¡Yuhuu! Empiezas bien la noche.
Charlaron durante un rato; y, después, Jack se
sentó en una mesa cercana a la zona VIP, que en ese momento estaba vacía.
Reflexionando sobre lo que haría el día siguiente,
pasó el tiempo y no se percató que la sala ya estaba muy concurrida. Pidió otro
Black Label a un camarero que pasaba a su lado y miró hacia su derecha
inconscientemente y observó que tres mujeres de unos veinticinco años (una
morena, una castaña y una rubia) le estaban mirando.
A los pocos segundos, vino el camarero con la
bebida. Agitó los hielos y dando un sorbo, se giró y vio que las tres chicas
estaban riendo, mirando hacia él, y, probablemente, hablando de él.
Esta situación se prolongó durante un tiempo: el
tiempo suficiente para que Jack estudiara a las chicas. La morena mediría uno
sesenta y cinco y era bonita; la castaña mediría uno setenta y era muy bonita;
y la rubia mediría uno setenta, también, y era superbonita.´
Jack dudó si lanzarse o no. ¨ Deben de ser más
estrechas…¿No sé si merece la pena perder el tiempo?¨, pensó. Quizá el vino y
el whisky ingeridos le hicieron cambiar de opinión. Según se aproximaba, ellas
− con esa habilidad que tiene las mujeres para este tema − se fueron volviendo
y sonriendo hacia él, de una en una, con una cadencia casi melódica; para
terminar en una carcajada (las tres) justo cuando se acercó Jack.
− Hola… − dijo, musicalmente, Jack, sonriendo.
− Hola… − remedaron las tres al unísono y rieron
cómplicemente.
Jack dudó si hablar en plan tontito, si vacilar o
si empezar de lo más normal y, luego, cambiar según el tono de la conversación.
Se decidió por lo último.
− Me llamo Jack…
− Yo me llamo Marta
− dijo la de cabello castaño.
− Yo me llamo Almudena − declaró la de cabello
negro.
− ¿Y tú como te llamas? − preguntó Jack a la de
cabello rubio, pensando que respondería en plan borde.
− Me llamo María − contestó después de unos
segundos y mirándolo fijamente a los ojos.
Se hizo el silencio: Jack quiso seguir hablando,
pero se quedó perplejo contemplando a María. Estaba abobado: no recordaba haber
visto unos ojos azules tan bonitos y una expresión tan agradablemente femenina.
− Marta y María… ¿Sois hermanas de Lázaro? − dijo
jocosamente y volviendo de su letargo.
− Son hermanas… Pero, no de Lázaro − respondió
Almudena.
− ¡Anda! ¡Sois hermanas!
− A mucha honra − dijeron y se abrazaron Marta y
María.
− ¿De dónde
eres, Jack? − preguntó Almudena, que parecía la que más desparpajo tenía −. Por
el acento debes de ser inglés.
− Soy de Nueva York.
− ¡Anda… Un yanqui! − exclamó −. ¿Qué haces por
estos lares?
− Mi padre es de Madrid, pero marchó cuando tenía
cuatro años a Nueva York − fue lo
primero que se le ocurrió.
− Nuestro padre, también, es de Madrid − bromeó
Marta.
− Y el mío − añadió, con sorna, Almudena.
Todos rieron.
− Bueno…¿Vamos a pedir una copa? − dijo Marta por
decir algo.
− ¿Queréis champán? − invitó Jack.
− ¡Vaya! − exclamó Marta.
− Vaya…Vaya − repitió Almudena.
− ¿Tú no dices nada? − interpeló Jack a María.
− Vaya…Vaya…Vaya − articuló María, y comenzaron a
reír, estentóreamente, las tres chicas.
Jack hizo una seña a un camarero y le pidió una
botella de Moet et Chandon . Se sentaron los cuatro en torno a una mesa,
esperando el champán. Nadie hablaba: sólo había risitas de Marta y Almudena; y
miraditas, entre María y Jack : era evidente que se gustaban.
Cuando el camarero descorchó la botella de champán,
gritaron de alegría las tres mujeres, mientras se derramaba parte de líquido.
Contemplaron boquiabiertas cómo el camarero llenaba las copas (las personas que
había alrededor también miraban el jolgorio). Brindaron y bebieron. Todos más o
menos dijeron esto:
− ¡Aaagg! …! Qué bueno está!
Después de tomar la copa, Marta y Almudena se
largaron al servicio. Debió de ser algo normal, no obstante Jack pensó que lo
tenían preparado para dejarle a solas con María. Dudó entre lanzarse a degüello
a intentar ligársela o hacerlo suavemente. Decidió de esta manera; pero sin
saber por qué − quizá porque su inconsciente le obligaba a flirtear con ella, y
que el tiempo apremiaba, pues, Marta y Almudena podrían llegar en poco tiempo −
atacó por la tremenda.
− Creo que eres la chica más bonita que he conocido
en mi vida. − Ella se quedó sorprendida −. Tus ojos azules, tu cabello rubio,
tus labios sensuales, tus facciones, tu cuerpo, tus andares, tu femineidad, tu
sex-appeal…No he conocido nada igual : eres realmente bella. − Ella seguía sin
decir nada. Se contemplaban absortos, y en esta actitud les sorprendieron Marta
y Almudena.
− ¿Qué pasa aquí? − preguntó Almudena al ver el
comportamiento entre María y Jack.
Permanecieron callados los cuatro. María y Jack se
miraban, entre sí, embelesados, y Marta y Almudena miraban a aquéllos. De
repente, Almudena se fue a bailar, y Marta la siguió.
− ¿Tú no bailas? − dijo Jack.
− Sí − comentó María sin saber por qué y se fue a
bailar.
Jack observaba lo bien que bailaban las tres
chicas. Intentaba disimular mirando el mismo tiempo a cada una de ellas. María
bailaba de espaldas a Jack para aliviar la tensión. Marta y Almudena sonreían
mientras bailaban y alternaban sus miradas a María y a Jack.
Al cabo de unos minutos, y aprovechando que la
pista se fue llenando, María se situó enfrente de Jack; y, poco más tarde, hizo
una seña a Almudena para que invitara a bailar a Jack. Éste no advirtió la seña
porque estaba apurando el resto del champán. Almudena tomó del brazo a Jack y
se lo llevó a la pista. Allí estuvieron bailando durante un buen rato. María
estaba colocada enfrente de Jack, pero como había dos chicos muy cerca de ella,
que le daban la tabarra, prefirió ponerse al lado de Jack. Entonces, dieron la
tabarra a Almudena y Marta. Minutos más tarde, se sentaron María y Jack.
− María, ¿quieres más champán?
− No, por favor. Iría, a casa, borracha.
− ¿Tienes que conducir?
− No. Voy, a casa, andando.
− O sea: …
Que vives cerca.
− Así es. − Se hizo una pausa −. Oye, Jack, ¿qué
hace un chico de Nueva York en Madrid? − preguntó jocosa.
− Además de estar de turismo, he venido a tomar
notas para mi próxima novela.
− ¡Ah! Eres escritor.
− Sí.
− ¿Eres famoso?
− No, mucho, porque no sabes de mi existencia −
sonrió gracioso.
− Perdona. ¿Cuál es tu nombre completo?
− En realidad me llamo Jack Álvarez, pero mi nombre
como escritor es Jack Nicholason: se le ocurrió a mi agente… Como me llamo Jack
, y mi padre se llama Nicholas…
− Te llamas casi igual que el actor de Hollywood.
− Creo que por eso me puso mi agente ese nombre.
− Ahora recuerdo…Tú has escrito ¨El tren al
infierno¨ y…¨La mansión del viejo roble¨…
−…Entre otros libros.
− Y tu foto aparece en esas novelas… Y sales tan
guapo en las fotos como eres al natural.
Jack se ruborizó: no se imaginaba que ella pudiera
piropearle tan pronto. Ella se rió al advertirlo y, luego, la imitó él.
− ¿Ya conocías Madrid? − demandó ella, pizpereta.
-Vine
con mis padres y mi hermana cuando yo tenía quince años...-María pareció
preguntar algo por la forma de mirar, pero Jack prosiguió -. Hicimos un viaje
por Europa… sobre todo, España e Italia. –Hace una pausa-. Mi madre es de Roma
y marchó a Nueva York cuando tenía cuatro años: igual que mi padre.
-Vaya,
eres un tipo cosmopolita.
-Debo
serlo: si quiero seguir escribiendo, debo viajar.
-…Y
en cada ciudad que visitas, dejas un corazón roto, ¿no es así?
Jack
sonrió al darse cuenta de la pregunta intencionada de María.
-No
siempre es así: en algunas ciudades dejo dos o tres corazones rotos- comentó
guasón.
María
rio la ocurrencia de Jack.
Almudena
y Marta seguían tonteando con los
chicos, quizá para dar tiempo a que María y Jack continuaran su charla. Éstos, ahora, no
conversaban: se dedicaban a mirarse felices abobados, y a mirar de vez en
cuando hacia la pista de baile.
-Oye,
María, ¿cómo era tu vida de “teenager”... de quinceañera?- espetó de repente.
-Pues,
no sé... ¿Qué quieres decir?
-Las
chicas guay de Madrid... Las pijas...
¿Se dice así?....
-Si.
-¿Las
pijas no sois muy estrechas y estáis muy controladas por vuestros padres?
-Mi
madre es argentina... Y es todo lo
contrario –luego, añadió-… Y es una señora... Y está muy enamorada de mi padre.
-¿He
dicho alguna inconveniencia?-preguntó Jack.
-No
-respondió riendo-. Pero, sí es verdad: son muy estrechas. -Calló unos segundos
y continuó-. De todas formas, yo he viajado bastante. He estudiado en Londres y
París.
-¿Qué
has estudiado... Si no es indiscreción?
-He
estudiado derecho aquí, en Madrid, y, en
París, y luego he hecho un master en Londres. Trabajo en Goldman Sachs,
en Londres, y ahora estoy de vacaciones-explicaba todo esto, además de porque
le apetecía contarlo, porque tenía pensado hacerle una batería de preguntas a
Jack.
-Y
vas rompiendo corazones en todas estas
ciudades....
-Acabo
de romper mi relación con Patrick ... Un chico francés que trabajaba conmigo en
Goldman Sachs y se acaba de ir a trabajar a BNP Paribas, en París.
-Vaya...
Lo siento. -No lo sentía lo más mínimo.
-Bueno…
Pero no te preocupes por mí. Háblame de ti, Jack.
-¿Qué
quiere saber de mi?
-Quiero
saber todo de ti.
-Como
qué....
-No
sé... Todo.
Pensando
que a María le interesarían bastantes
cosas de su vida y de Nueva York, dio un extenso rodeo a su biografía.
-Como
te comentaba antes, mi padre nació aquí, en Madrid… En Chamberí. Mis abuelos se
fueron a Nueva York. Eran los años de la posguerra española. Mi abuelo trabajó
de contable y pudo dar estudios a sus hijos. Mi padre era muy inteligente y
pudo estudiar derecho en Yale. Y luego se colocó en un bufete de abogados de
Manhattan, donde llegó a ser socio y ganó mucho dinero. Ahora, está jubilado y
vive… Mis padres viven en Miami Beach.
-Eso
te iba a preguntar: ¿y tu madre?
-Mi
abuelo materno montó una pizzería en Little Italy, en Manhattan, y mi madre
estudió piano. Llegó a ser concertista profesional.
-¿No
me digas ?... Yo, también, toco el piano. Tengo un piano que me regaló mi
abuela Paloma (la madre de mi padre), que utilizaba ella cuando era niña.
-¿Qué
tal se te da?
-Bien.
Interpreto bastante bien a Chopin, Beethoven, Mozart...-Jack iba hablar, sin
embargo continuó María-. Oye, Jack, ¿y
tú como hablas tan bien español, que apenas se te nota?
-Estudié
filología española en Princeton.
-¿Has
dejado a tu novia o esposa en el
hotel... o la has dejado en Nueva York?-soltó de pronto.
Jack
llevaba esperando esa pregunta bastante tiempo: sabía que antes o después la
fórmularía.
"
Aunque tuviera esposa o novia la dejaría por la mejor: por ti ", fue lo
que pensó; pero como sería muy inoportuno prefirió mentir:
-A
mí no me queréis las mujeres.-Luego, prosiguió su disertación-. Los hombres más
inteligentes y atractivos son los más queridos por las mujeres y los más
odiados por los hombres. A mí los hombres me odian poco, luego soy un encanto
de criatura.
-Eres
un encanto por lo contrario: porque eres un hombre muy inteligente y muy
atractivo.
-¡No
me digas! -exclamó ruborizado de veras: le encantaba que le piropeara una mujer
como ella.
-Eres
el tipo de hombre que me gusta. Inteligente, sensible...
-¿Cómo
lo sabes?
-Por
tus novelas.
-Moreno
de ojos verdes... -le mira los ojos, acercándose hasta menos de un palmo- ...
de ojos miel, ¿no?
-No
lo sé-manifestó riendo.
-De
bellas facciones... Atlético... De uno ochenta y cinco, más o menos -Jack no
dice nada: sólo ríe-... Y tú sabes que gustas a las mujeres....
-No
tanto como tú a los hombres -dijo para
corresponder al cumplido. Se hizo el silencio durante unos segundos-. ¿Quieres
más champán?-preguntó buscando relajación.
-No.
Pero si tú te pides un whisky, te ayudo.
-Okay.
Jack
llamó a un camarero y pidió un Black Label. Alternarían los sorbos en perfecta
armonía. Así estuvieron varios minutos mientras observaban a Marta y
Almudena y la lista de “abejorros” que tenían a su alrededor.
De
repente, María dijo:
-Jack,
tú como eres escritor serás políticamente de izquierdas. Habrás votado a Obama,
no a MacCain.
-Te
diré una cosa: la diferencia entre fachas y
rojos, como decís aquí, estriba en... Te pondré un ejemplo: imagina dos
personas que se alojan en las suites del
Ritz o del Palace, y están tomándose, tranquilamente, en la
terraza, caviar iraní Beluga y bebiendo champán Dom Perignon, y uno de ellos
lee en el periódico que ha naufragado un
cayuco con veinte o treinta subsaharianos, y dice: ¡Qué putada! ¡Pobres
negros!; y dice el otro: ¡Que se jodan! ¡Que se queden en su país! El primero es un rojo, y el segundo es un
facha, no obstante los dos siguen comiendo caviar y bebiendo champán. En
síntesis: ésa la única diferencia entre un facha y un rojo.
-Vale…Pero
de todas formas, ¿tú eres rojo?
-Soy
escritor....
-Entiendo.
-¿Y
tú?
-Soy
como tú: me afectan los problemas de los
demás, aunque me gusta vivir bien.
En
este instante, llegaron, hasta ellos, Almudena y Marta, que habían podido
desembarazarse de los “moscones”, y les cortaron el discurso político.
-María,
son ya casi las cuatro. ¿Nos vamos?-inquirió Marta.
-¡Ya
son las cuatro!-Se incorporó-. Si, vámonos.
-¿Ya
os vais, tan pronto?... ¿Qué va a ser de mi vida?-bromeó Jack-. ¿Volveréis
mañana?-preguntó dirigiéndose a María.
-Supongo
que sí: estoy de vacaciones-contestó María.
Salieron
a la calle los cuatro. María se dirigió al portero afroamericano.
-Hola
Richard.
-Hola
preciosa- la piropeó con su acento cubano o
dominicano-. ¿Ya os vais…?
-Sí
–contestó Marta.
-Os
acompaño-dijo Jack.
-No
hace falta- expresó María-. Vivimos ahí, en ese edificio de enfrente... Y Almudena duerme esta noche con nosotras.
En
efecto, las tres mujeres cruzaron a la acera de enfrente en un momento que no venían coches, mientras Jack
contemplaba atónito la escena, hasta que se metieron en el portal, justo
enfrente de la discoteca: encontraba muy eróticos los andares de las tres
jóvenes, sobre todo, de María.
-Bonitas,
¿eh?-declaró Richard.
-¿Cómo?
-Son
bellas...
-Muy
guapas.
-...
Y simpáticas.
-Sí.
Jack
se apartó unos metros y se quedó pensando en
María: " Qué hermosura de criatura... Creo que no he visto nada
igual... Es encantadora... Qué andares tan gráciles tiene... Me ha
impresionado… Creo que me tiene arrobado…”.
En
estas disquisiciones se hallaba, cuando llegó un taxi que se detuvo junto a él.
Una escultural mujer afroamericana se apeó del taxi. Los porteros, también, se
quedaron mirando.
"¡Joder...
Naomí Campbell ", se dijo para sus adentros.
La
fotocopia de Naomí Campbell le sonrió y
se metió en la discoteca.
-¿Te
vas a tomar otra copita?-preguntó,
burlón, Richard.
-Creo
que sí-respondió Jack, mientras empezaba a bajar las escaleras de la discoteca.
Cuando
llegó Jack a la primera barra, ya iba a pedir una copa la supuesta Naomí
Campbell.
-Naomi,
¿aceptas que te invite a una copa... O mejor:
a una botella de champán?
-Acepto,
pero, ¿cómo me has llamado?-preguntó en español con acento brasileño.
-¿No
eres Naomí Campbell?
-Qué
más quisiera yo- dijo riendo estruendosamente.
-Ah,
¿no?
-No.
Me llamo Adriana-le extendió la mano.
-Y
yo: Jack-le estrechó la mano-. Mucho gusto.
-Encantada.
Adriana
era todo sensualidad: hacía un par de minutos que Jack se sentía Romeo Montesco
y, ahora, sólo pensaba en ella.
"¡Qué
barbaridad... Qué buena está esta tía... Está maciza....Qué curvas…Qué culo...
En definitiva: qué polvo tiene! ", pensó Jack.
Adriana
parecía adivinar los pensamientos de Jack y le sonreía lujuriosamente.
Se
tomarían una botella de Moet et Chandon
en la barra. Jack le echaría más champán a ella para ponerla a tono y
para no emborracharse él: ya había bebido
bastante y quería estar lúcido para la posible batalla campal que se
podría desencadenar.
Una
lluvia de curiosos comenzaron a pulular
alrededor de Adriana. Jack fue al servicio y cuando volvió, al cabo de
un rato, los “moscones” la tenían, prácticamente, circundada. A duras penas pudo llegar hasta ella: le costó
mucho trabajo poder coger su copa de champán.
-Anda.
Vamos a otro sitio más despejado.
Ella
pensó que quería bailar y salió a la pista. Empezó a bailar sensualmente, con
lo que las miradas de los “abejorros” convergieron hacia ella. Jack, viendo la
que se venía encima, logró que ella accediera a ir a un rincón más apartado.
-¿De
dónde eres, Adriana?
-Soy
brasileña, pero vivo en Estados Unidos.
-Vaya.
Yo soy de Nueva York -comenzó a hablar en inglés y Adriana lo imitaría: aunque
su inglés sería tan malo como su español-. ¿Dónde vives?
-En
Miami Beach.
-¿En
Miami Beach? Ahí viven mis padres... ¿En qué parte de Miami Beach vives?
-En
South Beach.
-Pero
sí ahí viven mis padres. ¿En qué calle vives?
-No
me acuerdo, es que llevo viviendo quince o veinte días... Es que mi marido se
ha cambiado por negocios...Antes vivíamos en Las Vegas. Yo era bailarina. Ahora,
soy mantenida. -Antes de que Jack siguiera indagando, pregunto ella-: ¿Y tú
dónde vives?
-Vivo
en Manhattan... Concretamente en el Upper West Side. ¿Lo conoces?
-¿Eso
es lo que está a la izquierda de Central Park...?
-Sí.
-Lo
conozco, pero poco. Lo que más conozco es de Central Park para abajo: el
Midtown y el Downtown.
En
ese momento sonó un reggaeton y Adriana cogió de la mano a Jack, se lo llevó a
la pista y comenzaron a bailar juntos de manera excesivamente voluptuosa. Los
“abejorros” despertaron de su letargo y se pusieron a contemplarlos cada vez
más cerca.
-
¿Te gusta bailar así?-preguntó Adriana
mientras con una mano aprisionaba la nuca y con la otra ceñía la cintura de
Jack, a escasos diez centímetros de distancia entre boca y boca.
-Me
recuerda a cuando bailaba acaramelado con chicas, en la época de los
guateques... Tendría de quince a veinte años... Me encantaba sentir su
respiración en mi cuello... Y me ponía nerviosamente romántico...
-¿Quieres
que te ponga nerviosamente romántico?
Jack,
viendo que se podría producir un altercado de grandes dimensiones con los “moscones”,
dijo:
-Mejor
será que nos vayamos. ¿Te parece bien?
Adriana
fue una chica obediente y, poco después, salieron de la discoteca.
-Adiós…
Que paséis buena noche-dijo, morbosamente, Richard.
Jack
y Adriana se limitaron a sonreír y
despedirse de él con la mano. Empezaron a andar en dirección hacia el hotel de
Jack.
-¿Quieres
que cojamos un taxi, Adriana?
-No
hace falta: mi hotel está aquí muy cerca.
Caminaron
divertidos hasta que llegaron al hotel: el NH Alcalá, situado en la calle de
Alcalá, 66.
-Aquí
es-dijo Adriana.
-¿No
me digas?
-¿Qué
ocurre?
-Que
yo, también, estoy alojado en este hotel.
-¡Vaya!
Qué coincidencia... Habrá que celebrarlo.
-Por
supuesto.
Subieron
a la habitación 111, que era la de Adriana. Nada más entrar, Adriana se lanzó
hacia Jack y le pegó un morreo de campeonato.
Fue
el inicio de lo que se desencadenaría posteriormente: la “diosa Concupiscencia”
reinaría en todo su esplendor en el
amanecer del nuevo día. Como si se tratara de un vendaval, un ciclón, un
huracán, un tormentón con truenos y relámpagos y rayos a punto de descargar...
Besaron, chuparon y succionaron cada centímetro cuadrado del cuerpo del otro…Con
un frenesí desmedido: casi a ritmo de rock&roll de Chuck Berry o Van
Morrison. Fornicaron en todos los sitios posibles de la estancia: en el cuarto de baño, en la cama, en el suelo, contra la
paredes... Parecían clases prácticas del Kamasutra.
Ya
extenuados de tanto ajetreo sexual, Jack
se quedó dormido, boca arriba, completamente desnudo. De repente, algo, que
creyó en principio que era la mano de Adriana; y, más tarde, una especie de
látigo le recorrió la parte interior de
los muslos; y, luego, los genitales; y, parsimoniosamente, el vientre; y llegó hasta el pecho. Jack sonreía, pero por
curiosidad abrió los ojos para ver qué era aquello que se movía sinuosamente
sobre su cuerpo.
-¡Quítame
esto!-gritó acojonado al ver una serpiente a no más de una cuarta de su cabeza.
-Es
Salisa -dijo Adriana sonriendo, mientras cogía la serpiente, hábilmente, con
una mano en el cuello y otra por el vientre, y la retiraba del cuerpo de Jack y
le daba un beso al reptil -. Y no es venenosa, pero sí es muy cariñosa.
Jack
se incorporó de un salto y se apartó de Adriana y del ofidio.
-¡La
madre que te parió!
-¿Qué…?
¿No te gustan estos bichitos? Son muy sensuales...
-
Prefiero la sensualidad tradicional- dijo mientras se vestía.
-¿Ya
te vas?
-Voy
a dormir. Mañana me espera un día muy movidito. Mañana te llamo.
-¿No
me das un beso?
Fue
a darle un beso, sin embargo como tenía la serpiente en las manos, prefirió
tirarle uno desde la puerta.
-Adiós Salisa-dijo, tratando
de ser gracioso, entre tanto Adriana se desternillaba de la risa.
2
Jack
se despertó como se acostó: exhausto y resacoso. Abrió un ojo durante unos
segundos y luego abrió el otro, después cerró los dos y recordó la juerga que
se acababa de correr: le venían imágenes
de la orgía. Luego, pensó: " Debe de ser mi natural: la primera noche que
paso en una ciudad, bebo y golfeo".
Súbitamente,
abrió los ojos y miró la hora en su teléfono móvil.
-¡Joder!
Ya es la una de la tarde... Pues, estoy matado-dijo en voz alta, como si
hubiera alguien más en la habitación.
"¿Qué
hará esta tía?... Voy a llamarla ", pensó.
Descolgó
el teléfono
-Recepción,
dígame.
-Por
favor, ¿me pasa con la habitación 111?
-Le
paso.
A
los pocos segundos descolgaron el teléfono de la habitación 111. Jack, sin esperar
a que Adriana contestara, dijo:
-Adriana...
-Me
llamo Paco.
-¿Cómo?
-Que
me llamo Paco -declaró con voz homosexual.
-¿Pero
no está, ahí, Adriana...?
-Estoy
yo solo. Si quieres venir tú a hacerme compañía-se le insinuó Paco.
Jack
colgó el teléfono y volvió a llamar a la recepción.
-Recepción,
dígame.
-Por
favor, pregunto por Adriana: la mujer que estaba en la habitación 111.
-Esta
señora ha abandonado hoy la habitación.
-Vaya...
¿No sabe si volverá?
-No
sabemos nada, señor.
-Vale,
gracias.
Quedó
pensativo: " ¡Vaya un putón verbenero!
Probablemente ayer no estaba su marido
y hoy ha llegado y ha olido el fiestón que se corrió anoche y se la ha
llevado... En fin, que se le va a hacer: por lo menos lo he pasado
bien...".
Jack
decidió levantarse y prepararse para desarrollar el planning que tenía para el
día: ir al Museo del Prado y, si le daba tiempo, ir al Museo Thyssen y a la zona de los Austrias.
Pero sonó su móvil: era su agente literario.
-Dime
Salomón-dijo sonriendo.
-Hola,
Jack, ¿qué tal estás?... ¿Estás escribiendo mucho?
-De
momento, me dedico a vivir la vida: a "il
dolce fare niente".
Salomón no hizo caso de la hilaridad de JacK.
-Oye,
Jack, mañana estaremos en Madrid.
-¿Cómo...?.
-Si,
que vamos Esther y yo a Europa. Mañana llegamos a España.
-¿Y
eso?... Así, de repente.
-Nos
ha dado envidia.-Jack no contesta-. Oye, ¿estás ahí? ¿Has ido a Toledo?
-Aún
no.
-No
vayas: iremos contigo. Te voy a dar caña- ríe- ... Estás ahí de vacaciones...
¿Qué te pasa?... Has estado de forrajera, ¿eh?... ¡Qué capullo!
-¿Cuándo
llegas?-preguntó por decir algo.
-Mañana
a las dos de la tarde, hora española. Ya te llamaré. Y pasado mañana vamos a
Toledo...
-Vale,
muy bien, Salomón... Pues, hasta mañana.
-Que
poco hablador estás. Hasta mañana, Jack.
Se
siguió sintiendo extenuado y resacoso hasta que comió. Almorzó en el hotel :
huevos fritos, bacon, hamburguesa y ensalada. Y luego tomó café.
Más
tarde, iría paseando tranquilamente por el parque de El Retiro hasta llegar al
Museo del Prado. Durante la travesía pasó junto un estanque donde parejas de
enamorados alquilan barcas de remos y navegan de un lado a otro. Esto le hizo
pensar a Jack en María. Sentía que por la aventura con Adriana había
traicionado a María: luego, ¿entonces Mimi había pasado a segundo término? Esto le mantuvo abstraído mientras observaba
cómo una ardilla cogía una avellana del suelo y se subía a lo alto de un pino.
Estaba
alucinado de él mismo: si la aventura de Adriana, le hacía pensar que había
sido infiel a María en vez de a Mimi, eso quería decir que estaba más enamorado
de ella... ¿Pero cómo era eso posible si acababa de conocerla?... Sería un
flechazo sin más... ¿O acaso había más?
Llegó
al Museo del Prado. Y la contemplación de los cuadros le hizo olvidar a María.
Allí estuvo dos o tres horas viendo la pinacoteca, y ya no le quedó más tiempo
para poder ver el Museo Thyssen, lo cual le cabreó.
Sin
embargo, fue sentirse paseando por el Paseo del Prado y por la plaza de Neptuno
y la plaza de Cibeles y pensar, de nuevo, en María.
Más
tarde, marcharía a la zona de Sol, la plaza Mayor, la Cava Baja, plaza de Santa
Ana...: toda esa zona de los Austrias, la zona de los ¨guiris”. Estaba tan
cansado, que decidió cenar algo y acostarse, en espera de su agente y su
esposa. Además, consideraba que no tenía cuerpo de ir a Gabana a ver a María:
prefirió dejar la discoteca para otra noche.
3
Durmió
hasta el mediodía. Se sentía recuperado. Hizo todo tipo de aspavientos y muecas
al desperezarse. Y lentamente, se pegó un duchazo. Luego se acicaló y se vistió
con ropas deportivas. Enchufó su ordenador portátil y miró los correos.
Después, miró la previsión del tiempo: se esperaba otro día de mucho calor en
Madrid.
-¡Joder!-masculló
al ver la predicción meteorológica-. ¡Esto parece Manhattan!
Luego,
apagó su ordenador y dejó la habitación.
Fue
derecho a recepción.
-Buenos
días.
-Buenos
días, señor - respondió el recepcionista, sin levantar la vista: estaba
haciendo algo en el ordenador. A los pocos segundos, prosiguió-: ¿Qué desea?
-Quiero
alquilar un coche.
-¿Qué
coche desea?
-Un
tipo compacto. Por favor, ¿con qué compañías trabajan?
-Prácticamente,
con todas.-Se hizo una pausa, mientras el recepcionista miraba la pantalla del
ordenador-. Mire, aquí tenemos una oferta de Avis, por un compacto... Mire, una
semana, 240 €.
-¿Y
uno o dos días?
El
recepcionista sigue mirando la pantalla del ordenador y, luego, dice:
-No
le compensa: dos días valen 220 €.
-
Entonces, está claro: lo alquilo una semana. ¿Usted me hace todos los trámites?
-No
se preocupe... La habitación es la....
-La
506.
-El
señor Nicholason...-dice, mirando, nuevamente, la pantalla del ordenador.
-Así
es.-Hace ademán de irse-. Me voy a almorzar.
-Un
momento, señor. ¿Qué marca de coche prefiere?
-¿Cuáles
son los modelos?
Mira
otra vez la pantalla del ordenador.
-Puede
elegir entre un Volkswagen Golf, un Alfa 147 o un Fiat Bravo.
-El
Golf… El Fiat Bravo, el último.
-De
acuerdo, señor.
Jack
comió en el comedor del hotel. Después, mientras tomaba café en el bar, recibió
una llamada en su teléfono móvil.
-Dime,
Salomón...
-Jack...
Ya estamos en el aeropuerto.
-¿Quieres
que os recoja?
-
No, cogeremos un taxi.
-Oye,
que he alquilado un coche.
-Que
no hace falta, de verdad, Jack. Oye, que vamos al mismo hotel donde estás tú.
Lo hemos reservado por Internet. Oye, ¿estás ahora en el hotel?
-Sí.
-Pues
nos vemos en un rato. Hasta luego, Jack.
-
Hasta luego, Salomón.
Jack
marchó a recepción.
-¿Ya
está lo del Golf?
-No,
no había, señor.
-
!Vaya! Bueno, pues, el Alfa 147.
-No
señor, tampoco había. Tiene que ser el Fiat Bravo.
-¡El
que elegí en último lugar!
-Es
lo que hay, señor...
-Parece
la ley de Murphy.
-¿Cómo...
señor?
-Nada:
hablaba solo. Está bien.
Un
cuarto de hora, más tarde, llegaron Salomon y
Esther. Jack les esperaba,en el recibidor del hotel ,hojeando periódicos
de Madrid: concretamente, El País y El Mundo. Tan absorto estaba leyendo la
prensa que no se percató de la llegada de su agente y su esposa.
-¡Jack!-exclamó
efusivamente Salomon. Le abrazó antes de que Jack se pudiera levantar.
-¡Jack!-exclamó,
también, efusiva, Esther-. ¿Qué tal estás? … Te veo estupendamente- se anticipó
a la respuesta-. Oye, ¿y Mimi…?
-Sigue
en Nueva York.
-¿Cómo
es que no ha venido?-Se respondía a sus propias preguntas en vez de dejar a
Jack -. Tiene mucho trabajo en la televisión.
-Si,
eso es, Esther.
-Vaya
putada para ella... Bueno, y para ti... Aquí, sólo... Te aburrirás un montón.
-Si,
la echo de menos-mintió-.... Aunque... Bueno, así es la vida.
-Claro,
no paras de hacer cosas: visitar monumentos, pensar en el próximo libro,
documentarte...-manifestó Salomon.
-Oye,
¿qué tal están tus padres?-preguntó Esther.
-Bien.
Como robles.
-Los
buenos de Claudia y Nicholas-dijo Salomón-.! Cómo te pareces a Nicholas! Sólo
que él esta calvo.
-No
creas. También tiene cosas de Claudia -replicó Esther; y luego prosiguió-.Bueno, Jack, ahora subimos a la
habitación. Descansamos un rato… Bastante largo, y después bajamos a dar un
paseo y a cenar. ¿O tienes algo mejor que hacer?-preguntó Salomon.
-No.
Estoy a vuestra disposición-contestó riendo.
-Buen
chico. Y mañana, como sabes, vamos a Toledo. Te he reservado un restaurante de
ensueño: de puta madre.
-Joder,
como eres, Salomon.
El
tiempo que estuvieron Esther y Salomón en su habitación, lo aprovechó Jack para
dormir. No sabía qué le ocurría: si era el " jet lag" o las juergas o
la mezcla de ambos.
No
saldrían a pasear y a cenar fuera. Esther y Salomon estaban muy cansados. Son
de edad similar a la de los padres de Jack: alrededor de sesenta y cinco años.
No obstante, mientras los padres de Jack están jubilados y viviendo
tranquilamente en la tropical Miami Beach, Esther y Salomon siguen trabajando
en Manhattan.
4
El
Fiat Bravo arrancó del hotel NH Alcalá a las ocho en punto de la mañana. Jack
lo conducía y, a su lado, se encontraba Salomon, y, detrás, Esther.
Tomaron
la autovía A-42 rumbo a Toledo. Estimaban que
tardarían cincuenta minutos en hacer el recorrido.
Jack
pensaba en María, el poco tiempo que Esther y Salomon, con sus verborreas, le
dejaban.
A
los cincuenta minutos exactos llegaban a Toledo: concretamente, a la puerta de
Bisagra. Aparcaron cerca del puente de San Martín y comenzaron su visita a la
ciudad imperial.
-¡Como
me gusta esta ciudad! La visité hace treinta años. Espero que me guste igual o
más que entonces- dijo Salomon.
A
los tres les agradó mucho la iglesia y el claustro de San Juan de los Reyes, de
estilo isabelino.
Lo
comentaban cuando salieron del monasterio.
-Es
precioso-afirmó Esther.
-De
todas formas, lo más bonito es la ciudad en sí -manifestó su esposo-. Este tipo
de construcción: de ladrillo antiguo, con su color ocre o rojo pálido... No sé
qué color es... Las puertas medievales... Las torres mudéjares-dijo mirando a
una de ellas.
Prosiguieron
su camino y entraron, después, en la sinagoga del Tránsito ,donde el matrimonio
se entusiasmó con la bellas grecas e inscripciones hebreas, así como, los
mocárabes de su interior.
No
habían salido de su emoción, cuando llegaron a la sinagoga de Santa María la Blanca. Aquí se puede
aseverar que llegaron al éxtasis: Salomon y
Esther contemplaban arrobados, como si fueran niños, los arcos de
herradura pintados con cal y el espléndido artesonado de madera.
-¡Esto
es majestuoso!-exclamó, ensimismada, Esther.
-¡Se
me pone la piel de gallina!... ¡Es la historia de nuestro pueblo...!-prorrumpió,
de idéntica manera, Salomon.
Luego,
entrarían en la iglesia de Santo Tomé,
donde admirarían el celebérrimo cuadro " El entierro del Conde de
Orgaz", de El Greco.
Más
tarde, visitarían la mezquita del Cristo de la Luz: donde se maravillaron de los capiteles
visigodos y las cúpulas de diversos estilos. Aquí, comentó Salomon:
-¿Vas
tomando notas para tu novela?... ¿Eh, Jack?
Jack
se limitó a sonreír, mientras su esposa le abroncó.
-Deja
al chico en paz.
-Gracias,
por lo de chico.
-Pero
si eres una criatura... ¿Qué tienes treinta y...?
-
Treinta y cinco años.
-
Pues, eso: una criatura. -Se hizo el silencio-. ¿Por qué no vamos a comer?...
Yo ya estoy cansada-expresó con una
mueca de sufrimiento. Después, miró su reloj -.Son ya la una y cuarto.
-
Por mí, lo que digáis - dijo Jack.
-¿Dónde
está el restaurante?-preguntó Esther.
-A
quince minutos de aquí- contestó su marido-. Te voy a llevar a un sitio,
Jack, que te vas a chupar los dedos.
-¿Cómo…?
¿Lo tienes reservado?
-Deja,
al viejo Salomon, hacer. Vamos a ir a un restaurante del que habla maravillas
Robert Parker....
-Robert
Parker, ¿el famoso crítico neoyorquino?
-El
mismo.
Fueran
callejeando por los bellos y estrechos pasajes y pasadizos toledanos,
apreciando las construcciones, y, sobre todo, las puertas, ventanas y balcones
que se encontraban a su paso... Y súbitamente, Salomón se introdujo en una
casa, que resultó ser el restaurante.
-Buenas
tardes-dijo el camarero.
-Buenas
tardes. Tengo reserva para tres personas- expuso Salomon en un mal español.
-¿A
nombre de quien, por favor?
-
De Salomon Newman.
El
camarero les llevo a una mesa y se sentaron.
-¿Te
gusta, Jack?
-Me
encanta.
-¿Y
a ti, “honey”?
-
Me encanta.
Se
hallaban en el restaurante Adolfo, en pleno centro de la ciudad. Un lugar
precioso: una antigua mansión del siglo XII, con bellos artesanados de los
siglos XIII y XIV.
Comerían,
casi hasta reventar, unos platos
deliciosos: perdiz estofada; calabacín sobre pisto manchego y azafrán; lomo de
ciervo con salsa de setas y puré de patatas; ensalada de pichón en escabeche;
lomo de cordero con frutos secos; crema de torta de queso con calabaza y aroma
de arenque; bizcocho de azafrán con
helado de chocolate de naranja y granizado de alcaravea; torrijas con canela,
albahaca y mejorana; cúpula de mousse de naranja y chocolate... Regado con unos
buenos vinos de Castilla-la Mancha... ¡Y
todos comieron de todo, aunque
pueda parecer imposible!
Tras
casi tres horas de permanencia en el restaurante, marcharon a ver la catedral
(culminación del gótico español).
Al
matrimonio Newman y a Jack les encantó la catedral. Lo que más le gustó a
Salomon fue el transparente barroco; a Esther, la sillería del coro y la reja
renacentista; y a Jack, las tres cosas.
Cuando
terminaron de ver el edificio, se sentaron en unos bancos de madera a descansar
y dormitar la modorra. Resultaría nefasto, puesto que al matrimonio Newman le vendría el bajón.
-Creo
que deberíamos no ver ya nada más. Estoy
muy cansada-dijo Esther.
-La verdad es que yo, también, estoy
cansado-aseguró su marido.
-Como
queráis-asintió Jack.
-Es
una putada no ver más cosas, pero....
Media
hora más tarde, tomaban el camino de vuelta. El matrimonio Newman, ahora, no
estaba cascarrabias. Y el inconsciente de Jack volvió a lo suyo: mientras conducía, volvía a pensar en María.
“Esta noche voy a Gabana. Tengo unas ganas locas de verla...
Esta criatura me tiene embelesado...",reflexionaba Jack, cuando Salomon le
interrumpió.
-Mañana,
vamos al Museo del Prado... Y a ver el centro de Madrid, ¿no, Jack?
-Yo
ya he visto el Museo del Prado... Y
quiero ir a la Biblioteca
Nacional a mirar unos libros-mintió Jack-. ¿No os importa que no os acompañe?
Salomon
iba a comentar algo, pero se le adelantó su esposa:
-No
te preocupes, Jack: iremos solos. Tú haz lo que tengas que hacer.
-Está
bien, chico-ratificó Salomon dándole una palmada en el muslo.
El
viaje de vuelta duró algo más que el de ida. Nada más llegar al hotel, Esther y
Salomon se fueron a su habitación; y Jack, tras aparcar el coche, hizo lo
mismo.
Ninguno
de los tres cenaría: era lógico, después de la entripada.
Jack
se duchó y se tumbó en la cama, pero
siempre pensando en María. Sin
saber por qué miró al teléfono de la
habitación y se acordó de Mimi: "¡Joder! ¡Si no he vuelto a llamarla!...
Ya la llamaré: ahora no me apetece."
Sonó
el móvil: era Mimi.
-Jack...-dijo
Mimi, al coger Jack el teléfono, con voz
de cabreo.
-Oye,
Mimi, parece telepatía, ahora mismo te iba llamar-fingió Jack.
-Antes
mentías mejor… Como dice Ingrid Bergman, en Casablanca-declaró totalmente
enojada.
-Mimi...
Que es de verdad.
-De
verdad es que desde que llegaste no me has vuelto a llamar.
-Mujer,
no te voy a estar llamando a todas
horas.
-Hace tres días que llegaste a Madrid.
-¿De
verdad?... Pues, se me ha pasado el tiempo volando.
-¿Qué
habrás estado haciendo?
-No
he parado ni un momento… Viendo Madrid y
Toledo... Mira hoy hemos estado... ¿Sabes que están aquí Esther y Salomon
Newman?... Me han dado recuerdos para ti.
-Devuélveselos-dijo
secamente.
-No
te preocupes: te llamaré más a menudo.
"Tendré
que anotarlo en la agenda, para que no
se me olvide", consideró Jack.
-¿En
qué estás pensando?... Que no hablas.
-En
nada en concreto.-Se hace una pausa-. ¿Qué haces ahora? ¿En qué trabajas?
Mimi
iba a responder iracunda, pero decidió relajar su tensión.
-Tengo
que entrevistar a una mujer que estuvo casada con un bombero que murió en el
atentado del 11 S. Luego, se casó con otro bombero, compañero del anterior, y
murió en accidente. Después, se casó con otro bombero, que cuando se ha
enterado de lo que les pasó a los otros dos, se ha acojonado y la ha abandonado.
-
¡Joder! ¡Vaya ranking matrimonial!... Oye, ¿no la habrá entrado depresión a ella por el abandono del
tercer marido?-preguntó chistoso.
-Pues,
sí: está deprimida.
-¡Joder!
Se
hizo el silencio durante unos segundos.
-Jack....
-¿Qué…?
-No
me pongas los cuernos-soltó de sopetón.
-Pero,
sino tengo tiempo....
-¿Y
ganas?
-Ni
ganas.
-Seguro
que cuando andas tonteando con alguna tontita no te das cuenta del bombón que
tienes en casa.
-No
necesito tontear con tontitas para saber lo que vales.
-Hasta
que me llames, Jack. Un beso-hace el ruido del beso.
-Un
besazo.
Quedó
especulando sobre Mimi y en que debía
hacer lo necesario para llamarla: para que su mosqueo no fuera en aumento.
Pero
a los pocos segundos, ya estaba ensoñando con María: a veces mezclaba imágenes
de Mimi, con imágenes de Toledo y con imágenes de María, para terminar
imaginándose paseando con María, por las callejuelas de Toledo, acaramelados en
plan tortolitos.
Esperó
impacientemente a que fuera la una de la noche: hora prefijada por él como
idónea para ir a la discoteca Gabana:
para llegar y tomar una copa mientras esperaba a su desiderátum: ¡María!
Cuando
caminaba a la discoteca cavilaba: " Esto es locura... Irreflexión... Enlechonamiento... Amor
romántico... Creo que sencillamente es cuestión hormonal: algo hay en mis
hormonas, en mi inconsciente...Y algo hay en sus hormonas, en su inconsciente,
que ejerce un poder de atracción entre nosotros, que nos arrastra, que nos
subyuga y nos hace... Creo que esto es el verdadero amor. Y no los
convencionalismos: matrimonio, noviazgo, tiempo y tiempo para conocerse...
Tanto filosofar sobre el amor y sobre la relación de pareja: ponerlo a la
altura de las cosas importantes de la humanidad, y se reduce a una pura
atracción hormonal”.
En
estas conjeturas se hallaba, cuando llegó hasta dónde estaban los porteros
de la discoteca.
Los
saluda.
-Buenas
noches.
-Buenas
noches-dicen casi al unísono Richard y el de aspecto eslavo.
Baja
las escaleras y pide un Black Label, en la barra de la entrada, a la chica de
Filadelfia. Como apenas hay gente se pone a hablar con ella del tiempo y de
chorradas similares.
Poco a poco se va llenando el local, pero
María y compañía no se dignan aparecer. Se impacienta. Le vienen imágenes de la
noche que estuvo con ella: prácticamente, María se le aparece en su mente como
si se tratara de una película continua. A veces, Jack sonríe y, otras veces, un
rictus de amargura impregna su cara al
advertir la tardanza.
Algunas
chicas intentan flirtear, sin embargo él
ni se percata de su presencia y sale mosqueado de la discoteca. Son ya las tres
menos cuarto.
-¿Qué
pasa…? ¿Ya te vas?-preguntó Richard-. ¿No hay buenas chicas?
-No
está la que quiero yo.
-¿Te
refieres a María, Marta y compañía...?
-Sí.
-Normal,
que no estén.
-Normal...
¿Por qué?
-¿No
te has enterado de lo de su padre?
-¿Qué…?-pregunta
un tanto acongojado.
-Su
padre ha muerto.
-¿Cómo…?
¿Estaba enfermo?
-No:
ha muerto en un accidente.-Jack le iba a interpelar, pero él, levantando la
mano, prosiguió-. Yo no sé más nada -Jack tartamudeó, y no pudo articular
palabra-. Debe de venir en los periódicos.
-¿Y
cuándo...?
-Murió...
Creo que ayer...O anteayer... Me ha dicho el portero de la casa que mañana es
el funeral en la iglesia de San Manuel y San Benito, aquí mismo en la confluencia de… Alcalá con Lagasca.
De
pronto, se le nubló el intelecto, y como si una pesada losa cayera sobre sus
espaldas se largó, pesarosamente, pensando en el vacío: no tenía nada que
pensar. Su cerebro se había quedado en
blanco. Llegó al hotel, sin darse cuenta de que había caminado hacia allí con una sola intención: pedir al
recepcionista los periódicos para ver cualquier noticia relacionada con la
muerte del padre de María.
-Por
favor, ¿tiene los periódicos de ayer o de anteayer?
-¿Cómo...?-dijo
alelado-. Tenemos los de hoy-indicó con la mano el lugar donde se hallaban.
Jack
no contestó y se puso a ojear los periódicos. No sabía ni el nombre ni los
apellidos de María, pero en los dos que ojeó había esquelas en las que se decía que mañana sería el funeral
de un tal “Francisco Javier Castelló Ruiz", a las siete de la tarde, en la
iglesia de San Manuel y San Benito.
Sumido en su pesadumbre subió a su habitación
y comenzó a tomar diversas bebidas alcohólicas que había en el minibar: benjamines de champán, whisky,
coñac... Hasta que, ya medio atufado por la ingesta etílica, se quedó roncando,
sin quitarse la ropa.
Lo
poco que durmió, soñó con ella: "María lloraba amargamente junto a su
hermana y el resto de familiares, y Jack se acercaba y la besaba y
abrazaba, y ella le sonreía". El
resto de la noche lo pasaría leyendo y meditando sobre la muerte, después de
haberse pegado una ducha de más de media hora.
A las ocho de la mañana, ya estaba en el bar
del hotel tomando café tras café, intentando despejarse. Una hora más tarde se
hallaba en el Museo Thyssen. Sólo tenía ojos para los mejores cuadros: cuando
observaba un cuadro que no le llamaba la atención le venía, a su mente, el
recuerdo de María.
Después,
iría a la zona de Puerta del sol, calle Mayor, plaza Mayor, calle Cava Baja y
Cava Alta, la plaza de Santa Ana y
aledaños... Entraría en diversos bares y cervecerías, y comería de pinchos. Por
allí estuvo haciendo tiempo hasta que se marchó, andando lentamente, hacia la
iglesia de San Manuel y San Benito, para asistir al funeral del padre de Marta
y María.
5
La
iglesia estaba tan atiborrada que muchas personas tuvieron que permanecer
fuera, con la que caía: era primeros de agosto, las siete de la tarde, y el sol
derretía el mercurio de los termómetros. Pero, aguantaban estoicamente. Es lo
que tienen los funerales: que la gente asiste fiel y respetuosamente a ellos.
Jack
se asomaba, de vez en cuando,
pretendiendo ver a María y Marta, aunque no conseguía localizarlas entre tanto
gentío... Y, de esta manera, pasaría la hora que duró la misa. Sólo cuando
empezó a clarear pudo ver el rostro de María y su hermana.
Ahí
estaba, majestuosa, entre su madre y su hermana (todas vestidas de negro, de
pies a cabeza). A Jack le parecía imposible que estuviera aún más bonita y
cautivadora que la noche que la conoció: es como si el sufrimiento la
embelleciera todavía más.
Cuando
ya quedaban pocas personas dentro de la iglesia, Marta le hizo un gesto a su
hermana, como indicando que allí se
encontraba Jack. María se conmovió mientras miraba compungida con una dulce y
melancólica sonrisa hacia él. Jack se conmovió aún más que ella: esa dulce y
melancólica sonrisa hizo que se le humedecieran los iris de sus ojos y que
derramara algunas amargas lágrimas sobre
sus mejillas. Se giró para limpiarse las lágrimas, como si se avergonzara de su
debilidad, pero después miró de frente para
justo lo contrario: para que María viera que sufría por ella. Aunque
ella no se pudo percatar, con tanta gente, de lo que hacía, exactamente, Jack.
Alguien le cogió del brazo: era Almudena.
-Hola
Jack-susurró, mientras le besaba las mejillas.
-Hola
Almudena-musitó él.
-Vamos
fuera.
Él
pensó que le quería contar algo y accedió. Ya en el exterior, Almudena le dio
un trozo de papel en el que estaba escrito el
nombre de María seguido del número del móvil. Jack iba a hablar, pero se
anticipó ella:
-Ahora,
vamos al cementerio de la Almudena.
-¿A
enterrarlo?
-No:
al crematorio... Y dentro de unos días esparcirán las cenizas en la finca, en
el campo, como quería su padre.
-Entonces,
creo que será mejor que las llame mañana o pasado mañana.
Almudena
no contestó: sencillamente asintió con una sonrisa.
Jack
se marchó al hotel. Caminaba apesadumbrado. Llegó a pensar que quizá debería
dominar sus sentimientos: sólo se
trataba de una persona que había conocido una noche en una discoteca; no
obstante, por otro lado, le acometía una fuerza interior que le obligaba a no
poder olvidarla. En estas disquisiciones estaba cuando oyó una voz.
-Jack.
Era
Salomon, que venía detrás de él, andando con su esposa. Juntos entraron en el
hotel.
-Te
veo cansado… Con mala cara... ¿Estás enfermo?-preguntó Esther.
-No:
es que apenas he dormido.
-¿Y
eso...? ¿Tienes problemas?-inquirió
Salomon.
-No.
Tomé varios cafés y me puse a leer y meditar sobre la muerte.
-¡Meditar
sobre la muerte! Je, je... Cuando tengas
listo el borrador me lo das.-Creía que
se trataba de la nueva novela-. Estoy impaciente... Je, je.... ¡Este es mi
chico!
-Te
veo muy cansado, Jack. Anda, vamos a cenar- dijo Esther.
Entraron
en el restaurante. Mientras comían, el matrimonio Newman no paraba de
parlotear: que si habían ido al Museo del Prado, al Museo Thyssen, a la zona de
los Austrias…Incluso pensaron en que Jack les acompañara al día siguiente a El
Escorial. Jack se negó por si veía a María y Marta: el pretexto fue que tenía
una cita con un bibliotecario que le debía proporcionar datos para su nuevo
libro. Esther y Salomon refunfuñaron un poco, pero terminaron por aceptar las
excusas de Jack.
Esta
noche Jack durmió mejor que la anterior. Estaba muy cansado y probablemente su
inconsciente había asumido la fatalidad. Al fin y al cabo se trataba de una
persona que no conocía: su único lazo de unión era el enlechonamiento con
María. Esto le hizo reflexionar: quizá sería mejor darles el pésame a María y
Marta y tratar de olvidarlas, como suele ser habitual para muchas personas en
estos casos, tanto hombres como mujeres.
Mientras
desayunaba, seguía pensando lo mismo: debería enfriar su relación con María… O
quizá sería mejor que fuera ella quien diera el primer paso. Su cabeza era un
enorme lío: tan pronto pensaba una cosa como la contraria. Enfrascado en estos
pensamientos determinó que ya era hora de llamarla: las diez de la mañana.
-María...-dijo
con voz trémula.
-Hola,
Jack...-musitó, dulcemente, ella. Se le adivinaba un rictus de sufrimiento en
su bello rostro que a Jack le fascinaba.
-¿Cuándo
puedo ir a verte...?- Prosiguió con voz trémula-. ¿Quieres que vaya a verte…?-
preguntó sin saber lo que preguntaba.
-Por supuesto, Jack... Muchas gracias.
-En
media hora estoy ahí- fue lo que acertó a decir.
Se
subió a la habitación, se cepilló los dientes, se dio potingues, se engalanó,
se puso sus mejores ropas, y a la hora convenida se encontraba hablando con el
conserje.
Subió
al segundo piso y llamó al timbre. A los
pocos segundos, una empleada de hogar uniformada le abrió la puerta y, luego,
le introdujo en un recibidor, en espera de la llegada de María. En un par de
minutos aparecieron María y Marta.
-Hola.
Lo siento mucho-expreso Jack en tono grave.
-Hola-
repondieron las jóvenes.
María
y Marta le dieron sendos besos en las mejillas, sin embargo Jack las estrujó contra su pecho. Éste iba a
hablar algo, pero agradeció que una de
ellas dijera:
-Ven.
Vamos al salón.
Entraron
en un salón inmenso y precioso, decorado
con muebles de caoba y una enorme alfombra persa, que ocupaba gran parte del
suelo, y una antigua gigantesca lámpara de cristal, que se sostenía fastuosa del techo, y unas
cortinas de seda brocada, que ocupaban los balcones que daban a la calle de
Velázquez. Era evidente que el piso tenía mucha superficie y que sus moradores
marchaban bien de dinero y que pertenecían a una familia acaudalada. También, allí se encontraba un viejo y bonito
piano de cola.
Precisamente, el piano fue el primer tema de
conversación. Al ver, María, cómo lo contemplaba Jack, dijo:
-En
este piano recibió mi abuela Paloma (la madre de mi padre) sus primeras
lecciones. Me lo regaló cuando tomé la primera comunión, porque sabía de mi
afición por la música clásica... Y en el, también, recibí yo mis primeras
clases.
-Muy
bonito...-declaró Jack un tanto emocionado.
-¿Quieres
tomar café... té... algo?- invitó Marta.
-Gracias,
Marta... Lo que vosotras toméis.
Durante
casi una hora conversaron acerca de la desgracia de su padre, acerca de
recuerdos de la infancia, acerca de la personalidad de su padre... Jack hizo
pocas preguntas: consideraba que no era
el momento de indagar sobre el accidente u otras materias que pudieran herir la
sensibilidad de aquellas jóvenes mujeres… Además, acababa de conocerlas.
Cuando
se iba a marchar, María le reveló:
-Mañana,
por la tarde, tiraremos las cenizas en Matoso: la finca que perteneció a
nuestros antepasados desde tiempo inmemorial y que mi padre siempre nos dijo
que arrojáramos su cenizas allí...-hizo una pausa; y, luego, prosiguió- Para
abonar las hierbas, según decía él.-Una cariñosa sonrisa se dibujó en su rostro
al recordar las palabras de su padre .
-¿Dónde
esta la finca?
-En
Oropesa, en la provincia de Toledo.
La
madre de Marta y María, una señora de unos cincuenta o cincuenta y cinco años, vestida de negro, irrumpió en el salón
como buscando a sus hijas y, al ver a Jack, dijo:
-Perdón.
Buenos días.
-Buenos
días- contestó Jack, quedando impresionado con la belleza y el estilazo de
aquella mujer.
-Es nuestra madre-manifestó María cuando
desapareció su progenitora.
-Una gran señora... Como corresponde a
semejantes hijas.
Los tres sonrieron. Permanecieron mudos unos
instantes. Luego, Jack comentó:
-Parece
que no lo lleva muy mal, ¿no?
-¡Qué
va! Está muy afligida-convino Marta-. Lo que pasa es que lo disimula muy bien.
-Es
como si la hubieran enseñado de joven a sobrellevar las penas- replicó María-. Sufrió mucho con la dictadura
argentina: murieron o desaparecieron
varios amigos de ella....
-Incluso
uno, que era más que amigo-apostilló Marta.
-Vaya...-se
limitó a exteriorizar Jack.- Bueno... Me voy a marchar...
Le
acompañaron hasta la puerta y allí se despidieron.
Aquella
tarde no había pensamientos para salir de marcha. Cenó con los Newman y les
dijo que tenía que realizar un viaje
para recabar información para la nueva novela. Se acostó pronto y durmió,
plácidamente, como un niño: como si tuviera la conciencia tranquila.
6
A
media mañana llegó al Parador de Oropesa. Había ido por la autovía A-5 hasta el kilómetro 149 y, allí se
había desviado para entrar en Oropesa, y, luego, ir al Parador de Turismo, tal
y como se había informado en internet.
Reservó
una habitación para un día. Cogió un trolley de viaje del maletero del Fiat
Bravo y lo subió. Después, se tomaría una cerveza en la cafetería, contemplando
la sierra de Gredos: justo el pico Almanzor. El día estaba totalmente claro y
la perspectiva, a través de los balcones, era preciosa. Mientras bebía
repantigado, pasó el camarero que le había servido.
-Perdone-
dijo Jack-. He perdido el papel en el que tenía anotado la dirección de una
finca que hay aquí, hacia la sierra de Gredos...-mintió.
-¿Sabe
cómo se llama la finca?
-Matoso.
-Hay
varios Matosos. ¿Sabe el nombre del dueño?
-Sí:
Francisco Javier Castelló Ruiz-expuso, recordando la esquela mortuoria de los
periódicos.
-¡Ah! Don Javier Castelló.- Meditó unos segundos y, luego, continuó-. El Matoso de
don Javier Castelló está según toma esa carretera hacia la sierra de
Gredos...-le indica con la mano mirando por el balcón-. A unos cinco kilómetros
a izquierda y derecha... Está vallada con malla metálica y, por la parte
de arriba, tiene alambre de espino... De
esa que pincha....
-Ya...
Comprendo.
-La
casa y los establos están a la izquierda
de la carretera... Vamos, no tiene
pérdida.
-Muchas
gracias.
-De
nada.
-Póngame
otra cerveza, por favor.
A
los pocos segundos estaba de vuelta con la cerveza y unas patatas fritas, como
aperitivo. La acompañaba otra camarera: una morena de ojos verdes muy guapa y
aspecto tierno.
-Aquí,
mi compañera-dijo el camarero mientras le servía la cerveza-quiere comentarle
una cosa... ¿Si no le molesta?
-Por
favor, cuente.
-¿Es usted este señor?-preguntó ella,
alargando el brazo y mostrando la contraportada de una novela de Jack en la que
aparecía su foto.
-El
mismo-reconoció sonriendo.
-¡Ah!-exclamó
emocionada.
-¿Quiere
que le haga una dedicatoria?
-Sí,
por favor.
-¿Cómo
se llama usted?
-Pilar.
-A
Pilar, con mucho afecto, Jack Nicholason-pronunció, mientras lo redactaba en la
primera página de la novela.
-Ay, qué emoción.
-¿Le
ha gustado?
-Me
encanta. Voy por la mitad.
-Entonces,
no le cuenta nada.
-Mejor...
mejor. Mucha gracias-dijo, y se largó emocionada con la novela pegada al pecho.
Jack
y el camarero sonrieron.
-Yo
me llamó Enrique -se presentó el
camarero.
-¡Ah!
Mucho gusto.
-Señor
Nicholason, cualquier duda o problema que tenga no dude en acudir a mí... Bueno, o a Pilar. Estaremos gustosos de atenderle.
-Muchas
gracias-profirió, un poco alucinado por tanta atención.
-De
nada.
El camarero se iba a marchar, pero Jack lo
retuvo.
-Oiga,
Enrique....
-Dígame,
señor Nicholason…
-¿A
que hora está abierto el comedor?
-En
aproximadamente quince minutos.
-Gracias,
Enrique.
-De
nada, señor.
Jack
apuró la cerveza, pretendiendo adivinar
los límites de Matoso, según las orientaciones que le había dado Enrique. Tan
abstraído se encontraba que pegó un retemblón
cuando Enrique le declaró:
-Señor
Nicholason, ya puede pasar al comedor.
La
comida le pareció muy buena. Degustó, de primero, Timbal de pisto manchego con
huevos rotos; y, de segundo, Lomo de Retinto a la parrilla trinchado, con sal maldon y
pimientos de La Vera
fritos; y, para beber, tomó vino reserva de Rioja. Luego, tomaría café,
contemplando, de nuevo, a través de unos bonitos arcos góticos (que hay en el
comedor), la sierra de Gredos y el paraje donde, más o menos, debe de estar situado Matoso.
7
Después
de dormir una gran siesta y de tomar un café en el bar, que le sirvió Pilar,
arrancó el Fiat Bravo rumbo a Matoso.
No
se perdió en el trayecto. Siguió las directrices que le dio Enrique y, en pocos
minutos, se hallaba en la finca.
Jack
tomó un amplio camino de tierra que había a la izquierda de la carretera y
detuvo el vehículo. Miró, en un acto reflejo, hacia la derecha, y vio cómo un
rebaño de ovejas estaba a la sombra de varias encinas centenarias: alguna de
ellas ya comenzaba a desperezarse y salían a comer pasto.
Volvió
la vista hacia el otro lado y, ahora, vio una manada de vacas, novillas y
terneros de color negro, marfil y pardo (de raza avileña, charolesa y limosina, respectivamente): unas
comían la hierba del cauce de un arroyo; otras comían los juncos de los charcos
y otras comían de las hojas de los fresnos y los sauces. Un ternero mamaba de
su madre; otro cucaba, tratando de quitarse las moscas; otro mugía y otro
sesteaba en el lecho de una cañada.
La
casa de la finca se veía a lo lejos, pero muy pequeña, por lo que decidió coger
el coche y seguir por el camino. Antes de partir, aparecieron dos camiones dumper,
que tomaron el mismo camino en el que estaba Jack. La enorme polvareda cubrió,
totalmente, un radio de bastantes metros. Cuando comenzó a clarear, arrancó el
vehículo. Los camiones se perdieron a unos kilómetros, en una cantera o mina
que había por allí.
Llegó
a estar a unos quinientos metros de las casas. Desde allí no divisaba bien,
porque había como una espesa niebla. Jack pensó: “¿Cómo es posible esta niebla
en verano y en un día tan cálido y soleado?¨ Después se percató de que, lo que
consideraba niebla, era una gran cantidad de polvo que levantaba un tractor
John Deere, que estaba arando un herrenal, no muy lejos de donde él se
encontraba. Pero al poco tiempo, el tractor se largó de allí hacia el grupo de
casas, y entonces Jack pudo ver la disposición de los edificios. Había una gran
casa principal de piedra, rodeada de una cerca, que, presumiblemente, sería
donde se alojaban los dueños (María, Marta, su madre...); y a cincuenta metros,
aproximadamente, había varias casas más pequeñas, de paredes encaladas; y cerca
de éstas, las cocheras y los establos. Entre la casa principal y el resto
edificios, se movían a sus anchas papá ganso y
mamá oca con varios polluelos y una veintena de pavos y gallinas. Dos
grandes perros mastines estaban encadenados junto a la casa principal.
De
pronto, por una puerta de los establos irrumpieron María y Marta, montadas a
caballo. La primera cabalgaba un semental tordo, que era la debilidad de su padre; y la
segunda cabalgaba una yegua negra, que también quería mucho su padre: habían
elegido los caballos preferidos de su progenitor.
Cuando
llegaron a la puerta de la casa
principal, salió la madre de ellas con una urna con las cenizas de su padre. La
tomó María y, desde su caballo, arrojó un puñado de cenizas hacia el suelo.
Luego, cabalgaron un trecho y Marta arrojó otro puñado de cenizas. Así, se
alternaron, durante varios minutos y varios cientos de metros. La madre miraba,
impertérrita, la ceremonia. Llegaron a
pasar cerca de Jack, sin embargo no le vieron: había muchas encinas y retamas.
El caballo que montaba María se asustó, quizá por la presencia de una culebra o
un lagarto, y ella dijo:
-Tranquilo,
Fabrizio.
"¡Fabrizio...!
¡Joder! Se llama como mi abuelo
materno", pensó Jack.
Las
chicas continuaron su camino. Jack estaba completamente arrobado mirando a
María: se la imaginaba como una amazona. Tan absorto se hallaba que no se
apercibió de la llegada de un todo terreno Land Rover Defender.
-¡Eh!
Oiga...-reprendió a Jack, desde el otro lado de la alambrada, con acento
peruano o ecuatoriano o colombiano o similar.-Esto es una finca particular....
-Pero
si estoy en el camino...
-El
camino, también, es particular.
-¡Ah!
Perdón. Ya me voy.
Y
se fue. De camino al Parador de Turismo de Oropesa, volvió a pensar en lo
arrebatadora que estaba María. Llegó a tener celos hasta de Fabrizio: que iba
subida a su grupa, y Jack lo interpretaba como algo de componenda sexual.
En
cuanto se apeó del automóvil, subió a su habitación y telefoneó a María. Ésta
acababa de desmontar de Fabrizio, cuando sonó su móvil.
-Hola
Jack...
-Hola
María...
-¿Dónde
estás?
-Acabo
de verte tirando las cenizas de tu padre en compañía de tu hermana.
-¿Cómo…?
-demandó incrédula.
-He
visto cómo las arrojabas, montada en Fabrizio. -Ella no contesta: se ha quedado
muda-. ¿Sigues ahí?
-Sí...
Pero, ¿cómo...?
-Te
invito... Os invito a un café en el Parador de Oropesa- dice Jack, cambiando de
tema.
-¡Vaya!
Conque estás aquí.
-No
he podido resistir la tentación.
-¿No
tenías nada mejor que hacer?
-Por
supuesto, que no.-Se ríen cómplicemente los dos-. ¿Aceptas?... Bueno,
¿aceptáis?
-En
media hora estaremos ahí-responde, sin haber consultado todavía con su hermana.
A
los tres cuartos de hora de finalizar la conversación telefónica, Enrique
servía café a Marta, María y Jack. Pilar,
que se había puesto muy contenta al ver a Jack, servía a otras mesas: en cuanto
vio a las otras dos mujeres, se puso celosa y prefirió no acercarse a su mesa,
pero el careto, que ponía de vez en cuando, era todo un poema.
-¿Queréis
comentarme, tranquilamente, cómo fue... O qué sabéis del accidente de
vuestro padre?
-¿Para
qué quieres saberlo? Prefiero no removerlo-dijo María.
-No
sé... Por si hay algún fleco sin atar.
-¿Qué
quieres decir?-inquirió Marta.
-No
sé... Perdonadme. Quizá sea deformación por ser escritor el que quiera conocer
todos los detalles-se justificó Jack.
Las
dos mujeres se miraron como adivinando quién iba a empezar a hablar.
-Mi
padre-comentó María-había ido a la provincia de Soria y se encontraba en un
sitio que se denomina el cañón del río Lobos... Y por las razones que fuera
(tropezó o lo que sea), cayó al fondo del cañón y le picó una víbora en el
cuello... Pudo morir por las dos causas: o por la caída o por la picadura de la
víbora...
-¿Cómo
lo sabéis?
-Es
lo que dice la autopsia.
-¿Os
fiáis al cien por cien de lo que dice la autopsia?
-Uno
de los forenses es primo hermano de mi padre.
Jack
queda pensativo. Después, dice:
-Me
gustaría conocer el lugar... Y sacar mis propias conclusiones.
-¿Qué
conclusiones? ¿A ti qué más te da?
-Perdona.
No sé... Es posible que sólo sea morbo de
escritor-luego, prosigue-. Además, me puede venir bien para mi próximo
libro-mintió.
-¡Ah!
¿Si es eso..?.
-¿Me
podrías decir dónde está y como ir?
-Yo
no lo sé muy bien-dijo María.
-Ni
yo-replicó Marta.
-Pero,
vamos, nos podemos enterar-dictaminó Jack.
-Oye,
¿y cuando piensas ir?
-Mañana
mismo... O pasado mañana.
-Ahora
que me acuerdo, Almudena ha ido alguna vez a ese sitio. La voy a
llamar.-Telefonea a Almudena. Tarda en ponerse al aparato-. Oye, Almu....
-Dime
María...-balbucea como si tuviera algo en la boca, por lo que deduce que se
está besando con alguien.
-¿Has
vuelto con Javier? ¿No decías que era agua pasada y que no volverías a sufrir
más por él?
-Es
que estoy pillada: la carne es débil. ¿Comprendes?
-Es
tu problema: da igual que yo lo comprenda o no.-Se calla unos segundos y
,luego, continúa-. Oye, Almu, ¿cómo se va a río Lobos?
-¿Pero
vas a ir? ¿Quieres sufrir más?
-¿Me
lo dices...?
-Está
bien.-Aprovecha para dar un beso al tal Javier, mientras María se desespera-.
Coges... Apunta.-María escribe en una
servilleta de papel del Parador-. Tomas la
A-1 y te sales en la señalización de Riaza y, después,
sigues hacia Ayllón... Y, luego, a El Burgo de Osma....Y... Bueno, pregunta allí... Yo sé ir, pero no te lo
explicaría muy bien: ya sabes cómo somos las mujeres para las localizaciones.
-De
acuerdo.
-¿Has
tomado notas, bien?
-Sí.
Da recuerdos a Javier.
-De
tu parte. Hasta luego, María. Un beso.-Corta la llamada.
-Bueno,
pues, ya sabemos cómo se va-decretó María.
-Oye,
María, ¿por qué no te vas con él?
-¿Qué
dices…? ¿... Y mamá?
-Me
quedo yo con ella.
-¿Y
qué le decimos?
-
Le mentimos. Le decimos que te has ido con Almudena a algún sitio. Antes le
ponemos a Almudena en sobre aviso para que no meta la pata si habla con mamá.
-Pero...-Estaba
dubitativa porque creía que no era buena idea visitar el lugar donde murió su
padre y, además, ir sola con Jack.
-Creo
que es mejor que vaya yo solo-decidió, sinceramente, Jack.
Quizá
fue el advertir la sinceridad de Jack lo que hizo que María se decidiera a
acompañarlo. Dijo:
-Está
bien: iré.
Jack
llamó a Pilar.
-Pilar,
por favor, la cuenta.
Ahora,
la celosa era María. No obstante, como Pilar seguía mosqueada, dijo en un tono
de pocos amigos:
-Enrique,
por favor, cobra a Jack y compañía.
Cuando
Enrique cobraba a Jack, María miraba recelosa a Pilar.
Bajaron
al patio renacentista que hay en el interior del Parador y allí decidieron el
planning del viaje.
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